martes, 3 de noviembre de 2020

Váyase usted a la mierda, señor Trump

 

¿Que por qué se lo digo? Porque estamos hartos de usted. Hartos de que decida por los demás el devenir de sus vidas. De que solamente mire por el futuro de su imperio económico, para que cuando termine sus vacaciones en la política su mercado haya aumentado tanto como su ambición requiere. Harto de su nacionalismo, de su intervencionismo en países que no tienen nada que ver con usted. Y sobre todo harto de su patético paternalismo sabelotodo.

La última gracia que nos va a joder a cientos de empresas españolas es la entrada en vigor de las últimas sanciones contra Irán. ¿Qué por qué se lo digo? Porque a mí no me ha preguntado si lo que usted quiere hacer en contra de la antigua Persia va a afectar a mi negocio, ni al de la pequeña Pyme que vive de exportar maquinaria allí. Claro, a usted lo que le importa son sus empresas americanas, y el resto del mundo que se vaya a la mierda ¿no? Pues, no hijo no. El que se tiene que marchar a la mierda es usted.

¿Que Irán quiere enriquecer uranio? ¿Y no lo hace usted ya? ¿O es que tiene la caradura de presuponer que lo que Estados Unidos y otros hacen es bueno si lo hacen ellos y malo si lo hacen los que no le convienen?

No sé si Irán enriquecerá uranio, pero y a mí qué más me da, si mi cliente es una empresa que lo único que quiere es sobrevivir a la barbarie que usted ha creado. Importar las materias primas en Europa, fabricar, dando trabajo y una vida a cientos de trabajadores y poder exportar sus producciones de porcelana.

Ahora gracias a su imbecilidad, ni el cliente podrá importar, ni su banco podrá pagar a ningún otro en el mundo, ni la empresa española podrá vender allí, y por tanto tendrá que cerrar, echar a todos sus trabajadores al paro, desestructurar familias, tirar por tierra el trabajo y la dedicación de muchos pequeños empresarios que pasan de la política, de las ambiciones nucleares de quienes sean y que lo único a lo que han dedicado su esfuerzo es al desarrollo de su negocio.

Irán va a colapsar. Va a quedar aislado del sistema bancario mundial. No podrá comprar ni vender a ningún país. Su moneda vale cinco veces menos que hace un mes y la gente se va a morir de hambre, literalmente. Y a usted le da igual, porque todo lo ha impuesto en función de una probabilidad, la de que el gobierno iraní enriquezca ese metal de nombre tan presuntamente peligroso.

Pues ya se lo digo, príncipe de los imbéciles. Por mí se puede usted beber un sorbo de agujero negro que le implosione y lo reduzca a la nada. Yo mientras tanto seguiré luchando para que mi relación comercial con ese país, cultura de civilizaciones por cierto, pueda continuar. Mientras tanto, gracias a usted y a otros como usted, los iranís odiarán cada vez más a América en una espiral sin retorno

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