viernes, 29 de abril de 2016

Secreto de confesión

Lucía estaba aterrada. Desde que se enteró de la noticia en el programa de Julia Otero, no había podido dormir tranquila. No se atrevía a contárselo a nadie y mucho menos a su marido. Ahora su preocupación era aun mayor, ya que acababa de recibir una notificación de la policía para que fuese a declarar en un juicio.
La verdad iba a salir a la luz y su matrimonio se iría al traste. Todo por una locura. Una pasión desbordante que no supo canalizar y a la que se entregó llevando la contraria a la voz de alarma que le reprochaba en la conciencia cada noche. Le pareció que todo había terminado.
Conoció a Miguel en una de las clases de pintura a las que acudía. Un buen día apareció y se sentó en la mesa de al lado. Se presentó, galante y educado. Le ofreció una sonrisa que acrecentó su belleza racial. Le proporcionó enseguida un alto nivel de confianza, utilizando sus armas de conquistador. Practicaba buena conversación y su tono de voz transportaba a Lucía fuera del stress y la rutina que su vida diaria le procuraban.
Las clases avanzaron y el profesor impartió diversas técnicas: carboncillo, rotuladores, colores pastel y finalmente óleo. Propuso que trabajasen por parejas, y cada uno de ellos interpretase un retrato del compañero. Aquello produjo un mayor acercamiento entre ellos pues la observación detallista de su cuerpo generó dosis de sensualidad que Miguel destiló con maestría.
Llegaba a casa por las noches y no podía dejar de pensar en él. Cuando hacía el amor con su marido, inconsciente y a la vez culpable, se daba cuenta de que le estaba poniendo la cara de Miguel. Su matrimonio no funcionaba mal, llevaban cinco años casados pero la rutina se había quedado a vivir con ellos, en especial durante las esporádicas noches de sexo previsible.
Por eso, porque ella terminaba de entrar en los cuarenta, o quizá porque sus hormonas revolucionaron su lívido, se rindió a sus encantos.
Con él volvió a pellizcar las lindes del orgasmo múltiple y las sensaciones hiperbólicas de sus centros de placer experimentaron límites inalcanzados hasta entonces.
Un sábado por la tarde, Miguel llegó muy alterado al hotel en el que mantenían sus encuentros. Le preguntó qué le había sucedido pero él enseguida le quitó hierro al asunto y le pidió que no se preocupase argumentando que eran temas de su trabajo. Como la sesión de lujuria estuvo al nivel que siempre le ofrecía, Lucía no se preocupó más.
Aquel comportamiento se repitió en varias ocasiones más, pero siempre fue despachado con los mismos argumentos.
Pero la semana anterior a la citación policial, escuchaba el programa Julia en la onda de Onda cero, cuando en el Territorio Negro, Luis Rendueles narraba la detención de un maltratador esa misma mañana por haber dado muerte a su pareja ensañándose al atestarle cuarenta y cinco puñaladas. Lucía quedó espantada. Pensó en la pobre señora, cómo habría sufrido y si tendría hijos que habría dejado huérfanos. Asimismo, despreció a aquel animal que había terminado con la vida de la mujer y rogó que la justicia le diese su merecido. Continuó escuchando la noticia, en la que Rendueles, el investigador, dio muchos más datos sobre el asesino: la calle donde vivía, a qué se dedicaba, y otros muchos detalles entre los que le llamó la atención uno que la dejó paralizada. El susodicho asistía regularmente a clases de pintura.
Comenzó a buscar en internet más información sobre la noticia y tras ojear varios confidenciales tuvo que asimilar la evidencia. El detenido era su amante Miguel, quien dio muerte a su pareja el mismo día que había estado con ella en el hotel habitual.
No podía dar crédito. Él era encantador, creativo, sensible y pacífico. Y sobre todo, la llevaba al éxtasis cada fin de semana. ¿Cómo podía ser la misma persona que había perpetrado aquella atrocidad?
Desde que conoció los hechos no pudo dormir. Cuando recibió la notificación policial una semana después fue consciente de que la llamaban a declarar porque él debió dar como coartada que se encontraba a esa hora en un hotel con una tal Lucía, y que por tanto era imposible que él fuese el asesino.
¡Qué mala fortuna! Estar en el lugar inadecuado en el momento inapropiado sin que nadie, salvo ella y él lo supiesen. No podría evitar ir a declarar y, por ello, debería contar toda la verdad, lo que la colocaría en una situación insostenible.


Se preparó para llorar y decidió que en cuanto llegase su marido del trabajo, le contaría una larga historia.

miércoles, 13 de abril de 2016

El ángel exterminador

Marcos se quedó paralizado al llegar al escaparate de la librería Enigma. Acudía allí cada sábado, curioseaba un rato por las distintas secciones y terminaba en la de misterio, su favorita, para ver si había alguna novedad interesante.
Aquella mañana lo que vio le sobrecogió. La estantería principal estaba sembrada con decenas de portadas de un libro azul turquesa, que mostraban un dragón plateado, esta fue la imagen que realmente le paralizó. Leyó su título: El ángel exterminador.
Su infancia fue triste. Al poco tiempo de cumplir su primer año, sus padres y su hermano gemelo murieron en un accidente de coche. Por algún motivo él sobrevivió pero como sus abuelos habían fallecido y sus tíos no pudieron hacerse cargo de él,  Marcos fue llevado a un orfanato donde vivió hasta que lo adoptaron cuando cumplió once años.
Durante los años en el hospicio tuvo un sueño recurrente. En él, una voz protectora le contaba un cuento terrible y bonito a la vez. Trataba de un ángel con cuerpo de dragón plateado que vivía en una isla muy lejana. Poseía un enorme poder destructor que solo podía ser aplacado entregándole un infante que no hubiese superado el tercer año de vida. Cada solsticio, los pobladores de la isla le ofrecían un niño a quien el dragón devoraba. De esta forma calmaba su ira y retornaba a su hibernación. Poco a poco los niños desaparecieron de la isla, hasta que solo quedó uno. Cuando llegó el momento de entregarlo, sus padres se negaron a aceptar el sacrificio y se escondieron con él en la cueva sagrada que permanecía cerrada desde hacía siglos, pues la leyenda contaba que quien entraba allí nunca jamás regresaba. El dragón montó en cólera y amenazó con destruir por completo la isla. En su escondite, los padres, muy asustados, encontraron un pasadizo que los condujo hasta una caverna en la que encontraron los restos de un templo, y un pedestal con un libro de título: El ángel exterminador. En él se explicaba el ritual que había que llevar a cabo para calmar la ira del dragón plateado sin tener que entregarle ningún infante. El padre lo leyó de principio a fin y aprendió las palabras sagradas que esa misma noche recitó, consiguiendo que el dragón hibernase por siempre y salvó de ese modo a los habitantes de la isla.
Marcos volvió en sí en la librería como si regresase de un viaje en el tiempo y no pudo contenerse. Compró de inmediato un ejemplar y se lo bajó a la cafetería en la que habitualmente se regalaba su rato de lectura. No podía creerlo. Se trataba del cuento que durante años había perturbado sus sueños. Lo tenía delante, escrito y encuadernado. Lo leyó de un tirón y decidió buscar al autor. Tecleó su nombre en Google y clicó en imágenes. Lo que apareció en la pantalla de su smartphone le paralizó el corazón. Era su vivo retrato aunque con el pelo más largo.
Su mente se aceleró. La explicación que unía la historia del cuento con aquella cara conducía a una única persona: su hermano gemelo. ¿Era posible que no hubiese muerto en aquel accidente? Y, si fue así, ¿por qué nunca nadie le contó que también había sobrevivido? Preguntas que sin duda merecían una investigación para la que no sabía si estaba preparado. Se apoyó en el respaldo de la silla, cogió su taza de té y cardamomo y dio un sorbo mientras meditaba si quería conocerlo. Decidió que ya lo pensaría al día siguiente.


jueves, 7 de abril de 2016

EL REGALO - reseña

Acabo de terminar esta novela escrita por Eloy Moreno. Mi interés por él ha ido creciendo a cada libro que he leído. El bolígrafo de gel verde me pareció un descubrimiento interesante, que mejoró con Lo que encontré bajo el sofá y que ha llegado a un elevado nivel con esta su tercera novela titulada El regalo.

Eloy elabora una trama con dientes de sierra. Te adentra en la trama principal y de repente te presenta un retazo de una nueva subtrama que no sabes qué tiene que ver con la principal, tan solo unas líneas que te dejan con la intriga para continuar con el argumento central. Unas cuantas páginas más adelante retoma ese pequeño adelanto para seguir desarrollándolo y uniéndolo al eje del libro. Esa estructura en escalera te permite mantener el interés por lo que va descubriendo in crescendo.

Me ha gustado todo de este libro, comenzando por la presentación como un auténtico regalo dentro de su caja, el tema del que trata, con el que Eloy ha conseguido despertar oscuros rincones dormidos en mi consciencia, la creación de los personajes que ha elaborado, singulares, que te acercan al límite del freakismo pero luego retroceden hasta la normalidad. Por supuesto, el ritmo. Creo que no es baladí el formato y la maquetación elegidas para la impresión de las líneas. El hecho de tener tantas "medias páginas" genera un ritmo de lectura que te obliga a continuar y no poder dejarlo pues ves que avanzas con rapidez. Y finalmente el desenlace, inesperado y muchos otros adjetivos que no puedo decir aquí para no hacer un spoiler.

He llorado con este libro, he sentido escalofríos. Mis sentimientos se han resquebrajado desde su base y he tenido en muchos momentos la sensación de ser yo quien estaba viviendo esa novela. Por eso, porque ha conseguido lo que cualquier buena literatura ha de conseguir, emocionar, no dejar indiferente y, sobre todo, entretener. Y porque veo que Eloy sigue una línea de calidad exponencial con cada novela recomiendo su lectura a todo el mundo. Yo lo calificaría como un texto cabal, emocional y reestructurador. Algo de mí ha cambiado tras su lectura. Por ello debo decirle gracias y maldita sea lo que has hecho Eloy. Y todo eso sin conocerme. Algún día me gustaría poder llegar a crear algo que impresione al lector tanto como tú lo has hecho conmigo.

sábado, 2 de abril de 2016

Tele realidad

Golpeó con angustia en todas direcciones. Comprendió que estaba enterrado y que iba a morir. No recordaba cómo había llegado allí. El pánico le provocó el vómito y su cuerpo se convulsionó de forma incontrolable.
Tanto movimiento activó un engranaje que elevó la cubierta. Incrédulo se precipitó fuera sin dudar y lo que vio lo dejó helado. Cientos de espectadores le aplaudían en lo que parecía un plató de televisión. Miró extrañado el receptáculo donde había estado encerrado. Tenía un botón verde con la palabra VIDA y uno rojo que decía MUERTE. Muy cerca encontró un plato con una píldora. Entendió que debía tomársela, arengado por el público. La engulló y a los pocos segundos recordó que había aceptado participar en un programa piloto, una experiencia sociológica lo denominaron.  Podría conmutar su condena a muerte. Tendría una oportunidad para vivir, pero antes debía tomarse otra pastilla que borraba de forma selectiva y temporal la memoria.

Miró las caras de la gente que disfrutaba de aquel sádico espectáculo y sintió terror. Enfrente vio otro cubículo como el suyo, hundido en el suelo por una prensa hidráulica y supo que aquel preso no había tenido la misma fortuna.