Golpeó
con angustia en todas direcciones. Comprendió que estaba enterrado y que iba a
morir. No recordaba cómo había llegado allí. El pánico le provocó el vómito y
su cuerpo se convulsionó de forma incontrolable.
Tanto movimiento activó un engranaje
que elevó la cubierta. Incrédulo se precipitó fuera sin dudar y lo que vio lo
dejó helado. Cientos de espectadores le aplaudían en lo que parecía un plató de
televisión. Miró extrañado el receptáculo donde había estado encerrado. Tenía
un botón verde con la palabra VIDA y uno rojo que decía MUERTE. Muy cerca
encontró un plato con una píldora. Entendió que debía tomársela, arengado por
el público. La engulló y a los pocos segundos recordó que había aceptado
participar en un programa piloto, una experiencia sociológica lo denominaron. Podría conmutar su condena a muerte. Tendría
una oportunidad para vivir, pero antes debía tomarse otra pastilla que borraba
de forma selectiva y temporal la memoria.
Miró las caras de la gente que
disfrutaba de aquel sádico espectáculo y sintió terror. Enfrente vio otro
cubículo como el suyo, hundido en el suelo por una prensa hidráulica y supo que
aquel preso no había tenido la misma fortuna.
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