Marcos se quedó
paralizado al llegar al escaparate de la librería Enigma. Acudía allí cada sábado,
curioseaba un rato por las distintas secciones y terminaba en la de misterio, su
favorita, para ver si había alguna novedad interesante.
Aquella mañana lo que vio
le sobrecogió. La estantería principal estaba sembrada con decenas de portadas
de un libro azul turquesa, que mostraban un dragón plateado, esta fue la imagen
que realmente le paralizó. Leyó su título: El
ángel exterminador.
Su infancia fue triste. Al
poco tiempo de cumplir su primer año, sus padres y su hermano gemelo murieron
en un accidente de coche. Por algún motivo él sobrevivió pero como sus abuelos
habían fallecido y sus tíos no pudieron hacerse cargo de él, Marcos fue llevado a un orfanato donde vivió
hasta que lo adoptaron cuando cumplió once años.
Durante los años en el
hospicio tuvo un sueño recurrente. En él, una voz protectora le contaba un
cuento terrible y bonito a la vez. Trataba de un ángel con cuerpo de dragón
plateado que vivía en una isla muy lejana. Poseía un enorme poder destructor
que solo podía ser aplacado entregándole un infante que no hubiese superado el tercer
año de vida. Cada solsticio, los pobladores de la isla le ofrecían un niño a
quien el dragón devoraba. De esta forma calmaba su ira y retornaba a su
hibernación. Poco a poco los niños desaparecieron de la isla, hasta que solo
quedó uno. Cuando llegó el momento de entregarlo, sus padres se negaron a
aceptar el sacrificio y se escondieron con él en la cueva sagrada que permanecía
cerrada desde hacía siglos, pues la leyenda contaba que quien entraba allí
nunca jamás regresaba. El dragón montó en cólera y amenazó con destruir por
completo la isla. En su escondite, los padres, muy asustados, encontraron un
pasadizo que los condujo hasta una caverna en la que encontraron los restos de
un templo, y un pedestal con un libro de título: El ángel exterminador. En él se explicaba el ritual que había que
llevar a cabo para calmar la ira del dragón plateado sin tener que entregarle
ningún infante. El padre lo leyó de principio a fin y aprendió las palabras
sagradas que esa misma noche recitó, consiguiendo que el dragón hibernase por
siempre y salvó de ese modo a los habitantes de la isla.
Marcos volvió en sí en la
librería como si regresase de un viaje en el tiempo y no pudo contenerse.
Compró de inmediato un ejemplar y se lo bajó a la cafetería en la que
habitualmente se regalaba su rato de lectura. No podía creerlo. Se trataba del
cuento que durante años había perturbado sus sueños. Lo tenía delante, escrito y
encuadernado. Lo leyó de un tirón y decidió buscar al autor. Tecleó su nombre
en Google y clicó en imágenes. Lo que apareció en la pantalla de su smartphone le paralizó el corazón. Era
su vivo retrato aunque con el pelo más largo.
Su mente se aceleró. La explicación
que unía la historia del cuento con aquella cara conducía a una única persona: su
hermano gemelo. ¿Era posible que no hubiese muerto en aquel accidente? Y, si
fue así, ¿por qué nunca nadie le contó que también había sobrevivido? Preguntas
que sin duda merecían una investigación para la que no sabía si estaba
preparado. Se apoyó en el respaldo de la silla, cogió su taza de té y cardamomo
y dio un sorbo mientras meditaba si quería conocerlo. Decidió que ya lo
pensaría al día siguiente.
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