Hablar de las
impresiones que me ha causado una lectura de
La memoria robada,
novela de Andrés Rodríguez Domingo podría darme para todo un ensayo, habida
cuenta de la magna extensión de la obra que narra el periplo vital de su propia
familia, a lo largo de varias décadas del siglo XX.
Ya he podido
disfrutar de la narrativa de Andrés en obras anteriores, en especial, la brutal
y desgarradora El dolor de la sal, que recomiendo
encarecidamente, y sé que su escritura nace de una fuente de verdad y de
sentimiento muy profundo. Así que estaba seguro, antes de comenzar La
memoria robada, que me iba a enfrentar a una enorme lectura, enriquecida
por su proximidad familiar con todo lo narrado.
La novela
contiene una labor ingente de documentación sobre la evolución de las familias
Rodríguez y Domingo, sobre el crecimiento de sus padres dentro de la fe y su
supervivencia a lo largo de décadas de represión franquista.
Lo más
interesante de la novela para mí como lector es el descubrimiento de una
porción de la fe cristiana casi silenciada por completo en España, y más en la
posguerra, el protestantismo. Algo que siempre me ha parecido como de otro país
europeo, quizá por el poco mainstream que atesora, o seguramente por
desconocimiento propio, y que a través de la lectura me ha resultado
fascinante.
En realidad, mi
primer acercamiento al mismo fue hace mucho tiempo, de la mano de mi abuela
política y su participación en las reuniones de Los Hermanos, que nunca supe muy
bien el detalle de sus celebraciones y ceremonias y que, gracias a la novela de
Andrés he podido ahora descubrir y entender.
Parece mentira
que tan poco se hable de una confesión tan extendido en muchos países, y que
sin embargo aquí en España ha tenido poco predicamento. Resulta muy interesante
entender cómo los distintos grupos se reunían esquivando la censura y la
prohibición, buscaban sus lugares para reunirse, para establecerlos como
lugares de culto y cómo la extensión de la doctrina se hacía en entornos muy
cercanos, de poco en poco, expandiéndose casi de forma fractal desde muchos
puntos de España. Especialmente sorprendente me ha resultado saber que Aragón
atesoraba una de las comunidades más activas de aquel momento. Y saber que en
la calle Madre Sacramento de Zaragoza, por la que tantas veces he pasado,
estaba uno de los centros de reunión de Sebastián y sus correligionarios.
He aprendido
mucho sobre el protestantismo, sobre las distintas facciones, las diferencias
con el catolicismo, los principios fundamentales de su doctrina, su historia en
España y su expansión y evangelización. Y todo ello lo he recibido imbricado
con la historia familiar de los padres de Andrés, Sebastián y Eunice, narración
que me ha resultado fascinante.
Imagino la inconmensurable
tarea de documentar datos, personas, fechas, acontecimientos, de registrar
recuerdos de los familiares que aparecen, de dotarlos en algunos momentos,
imagino, de una trama narrativa con ciertas licencias novelescas, y de compilar
todo con una estructura de novela perfecta que aúna historia, religión y pasión
en más de 800 páginas.
La memoria robada
es sólo la primera parte de esta vida familiar. En estos días se está publicando
la segunda parte, titulada El susurro de las piedras, con la que imagino
Andrés habrá terminado su parto y sentirá una inmensa felicidad.
Gracias por adentrarnos
en vuestra fe. Gracias por permitirnos conoceros mejor. Gracias por la
generosidad de la narración familiar y gracias por escribirlo tan
magníficamente. Tu obra, tu novela, me ha llegado y me ha hecho sentir muchas
cosas. Y eso, para un lector, es lo más importante.