He disfrutado su lectura este final de verano. No es una
lectura fácil. Ni por la estructura, a dos tiempos narrada, ni por la
intensidad de los sentimientos que destila de quienes vivieron ese conflicto en
primera persona ni por supuesto por la enorme dureza del relato de una
posguerra como es La espía de cristal.
Pere Cervantes nos plantea una historia en dos niveles: por
un lado la vida de Taibe Shala, una mujer que por sus capacidades y por ser y
estar en un momento y lugar concreto ve cómo su vida la convierte en una espía
doble y cómo ello le hace renunciar a la pasión, y a una vida ordenada y
sincera en la que la familia o el amor no caben.
Esta este primer nivel el que más me ha interesado como
lector, ya que Pere desgrana magistralmente los sinsabores que una persona debe
aceptar cuando vive una situación que trasciende a su individualidad. Debe ser
muy complicado luchar a diario internamente uno mismo entre lo que se querría
hacer y lo que se debería hacer y Taibe está claro que cabalga entre ambas
decisiones en cada momento.
El segundo nivel es el de la búsqueda de Taibe, muchos años
después, por su hija, ante la desaparición sin motivo ni noticias de su madre
en Pristina. Y para ello contacta con Manu Pancorbo, antiguo amor de Taibe y a
Olga, fotógrafa internacional. Y es en este cuando descubrimos la compleja
trama de traiciones personales entre servicios de inteligencia, intereses
personales, nacionalismos exacerbados, en medio de un complejo escenario
posterior a la guerra en la que la venganza y el odio siguen muy activos.
En ambos niveles he encontrado dolor, tristeza e injusticia.
Quizá porque el escenario y la crueldad del mismo no dejaban casi lugar para el
color y la belleza. Pero estoy seguro de que tarde o temprano la música de la
alegría y la reconciliación volverán a Pristina y a una zona que sin duda dejó
cicatrices profundas entre sus habitantes.
Como decía al principio, una lectura dura, compleja, que
requiere concentración e intensidad así como apertura de miras.
Enhorabuena a su autor.
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