martes, 20 de septiembre de 2022

52 (25)

20 de septiembre de 2022. Llegan los 52. Cumplo 52. Y reflexiono sobre mis 52. Los doce meses que han transcurrido desde que cumplí 51 han sido intensos: La vida Pre-Covid ha vuelto, los viajes, el estrés, la vida acelerada, la supuesta “antigua” normalidad. He pasado momentos felices, como nuestro viaje a Nueva York, un verano lleno de visitas en casa, de vida compartida con amigos y familia, de experiencias vitales cotidianas y de pequeños placeres cercanos. He nadado en el mar en muchos amaneceres, algo que me ha dado mucha paz, y he podido disfrutar de la charla tranquila, en una mesa, sin mayor ambición que la de compartir el tiempo con los que quiero. Ha habido momentos de mucha tristeza, el viaje de mi madre hacia otra dimensión y ha habido duelo, un tiempo difícil que perfora el alma y la devuelve a la vida un poquito peor cuando la tristeza deja paso a la inminencia del ritmo de la vida actual.

Los 51 han sido interesantes. Y cuando he cumplido estos nuevos 52 que estrené ayer he querido hacer el ejercicio de reflexionar sobre cómo era mi vida cuando tenía las cifras cambiadas, cuando cumplí 25.

Y me doy cuenta de que todo ha cambiado tantísimo… Allí estaba yo el 20 de septiembre de 1995, sometido a la obligatoriedad de la mili, esa antigualla estatal a la que nos veíamos sometidos, durante la cual me convertí en profesor de conductores de mercancías peligrosas y explosivos, como mi condición de químico indicaba…y recuerdo que en las noches de guardia, esas imaginarias (como se llamaban) en las que teníamos que hacer rotaciones de guardias en una garita perdida de la mano de Dios (que yo siempre pensaba, sobre todo en invierno, que era imposible que alguien quisiera entrar allí desde fuera porque aquello era el fin del mundo), yo me leí Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena, que ahora se va a estrenar en cine, dirigida por Oriol Paulo, un director que me gusta mucho y voy a encontrar ahí un link con mi pasado, con mis 25.

Tenía toda la inquietud de cómo sería mi primer trabajo. La incertidumbre sobre si encontraría pronto o no. La incerteza de dónde terminaría viviendo y trabajando, con mi precario nivel de inglés y mi ausencia completa de experiencia laboral. Pero mi espíritu y mi mente eran muy abiertas. Abiertas a cualquier posibilidad que se plantease, a cualquier cambio de rumbo y residencia. Y siempre tuve claro que mi destino sería el mundo, la libertad y la inquietud por vivir una vida distinta. Nunca imaginé, claro está, que viajaría tanto, que visitaría más de cuarenta países y que mi vida laboral, en la industria química, iría acompañada de una vida de creación literaria y artística, porque nunca tuve la inquietud de escribir.

Yo a mis 25 era mucho más social que a los 15. Ya era militante del relativismo y de poner todas las cosas en cuestión de un modo u otro. Seguía siendo un lector voraz, algo que no ha cambiado desde que tengo uso de razón, y que continúa ahora, con 52. Y tenía claro que lo mejor estaba todavía por venir en aquel momento. Y lo mejor vino, y llegó con la creación de mi familia y de mi entorno más cercano. Pero ahora, con estos 52 que visto, pienso que todavía queda mucho bueno por llegar. Es una contradicción en mí, que de naturaleza soy más bien pesimista. Sin embargo en esto del futuro soy muy optimista.

Pero en algo sí he cambiado mucho. Y es en el presente. En vivir el presente. A los 25 apenas miraba a mi pasado y solo anhelaba mi futuro. A los 52 miro de vez en cuando al pasado y sobre todo me asiento en el presente que vivo, en los momentos de cotidianidad y en los placeres y las alegrías de cada momento vivido, cercanas y sencillas, porque son las que conforman mi vida y las que me llenan plenamente.

Eso es lo que redondea los 52. El presente. El vivir ahora. Este momento. Ya.

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