Acudí a leer La mujer comestible, primera novela
publicada de Margaret Atwood movido por el interés que generó en mí haber
mirado la primera temporada televisiva de El cuento de la criada, que me
pareció demoledora e innovadora.
Y así, con esas (supongo) altas expectativas comencé la
lectura de esta primera publicación de Atwood. Y a medida que avanzaba la trama
de las dos amigas que comparten piso, Ainsley y la protagonista, Marian cuyo
comportamiento resulta sorprendente, por no decir desquiciante en algunos
pasajes, desde el principio, situé la novela en Estados Unidos en el momento
actual. Y desde ese prisma de espacio-tiempo la asimilé e interioricé. Entonces
empezaron a surgir las preguntas. ¿Realmente es tan importante/interesante lo
que les sucede a ambas? Una vida anodina realizando encuestas de satisfacción
de distintos productos es la que vehicula la existencia de Marian y otra mucho
más singular todavía, la de intentar ser madre a toda costa, sin pretender
tener pareja, la de su compañera Ainsley.
Entonces surgen las dudas de Peter, novio al uso de Marian,
con respecto a la entrada en la década de los treinta, cuando todos sus amigos
se casan y forman familias estándar, a él le entra la prisa y le pide en
matrimonio. Y entonces Marian comienza a comportarse de forma extraña: se echa
a correr y abandona el grupo de amigos con el que está, abandona una fiesta de
pedida en la que ella es la protagonista para irse a liar con un tipo raro en
la lavandería del pueblo y comienza a “dejar de comer” alimentos.
Ainsley provoca y consigue ser madre en solitario, aunque
para ello tenga que abusar y traicionar a Duncan, de una forma que si se
hiciese al revés, (un hombre a una mujer) daría mucho que hablar…
Entonces es todo como muy casual, muy de teleserie de los 90
si me apuras, muy Friends llevado al extremo. Y me digo, pues bueno, no hay
para tanto. Todas las expectativas creadas por El cuento de la criada se
caen como un suflé. Y me digo, bueno, esta fue su primera novela. Seguramente
luego mejoró su oficio.
Y para cuando ya estaba dispuesto a sentenciarla como una
novela mediocre, leo por casualidad que fue escrita en 1969. Y entonces, sucede
un click. Ya nada es lo que parece. Nada de lo premeditado resultaba tan
evidente a finales de los 60. Ya no hay teleserie de los 90. Ya no hay Friends.
Lo que hay es valentía, defensa de la libertad de la mujer por tomar las
riendas de su propia vida y desde luego una visión nada habitual para el
momento en que se escribió.
Y es cuando la crítica que iba a hacer se torna en contra
mía como un boomerang. Retorna cargada de significado, de poso, de lucha por la
identidad femenina y por la singularidad de la mujer que quiere ser como a ella
le da la gana y no como la sociedad del momento le dicta.
Y ya puedo unir esta nueva calidad reencontrada con El
cuento de la criada. Sí, me ha convencido. Me ha llegado. Gracias
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