Tú, que te crees tan apuesto, tan singular, tan bien plantao. Sí, a ti te lo digo, que has
conseguido remover mi cómoda lectura en el trayecto de Barcelona a Doha y de
ahí a Lahore, en Pakistán, donde terminé Antes, entonces, nunca. Yo que
esperaba tener los vuelos tranquilos, disfrutar de tu novela, sin alteraciones,
sin cambios de humor, dejando pasar las horas entre las nubes mientras el resto
del pasaje dormía y resulta que no solo me obligas a tener los párpados bien
abiertos, sino que me empujas a odiarte. Porque con lo mono que eras de niño,
con los bonitos recuerdos que has compartido, en esa casa, esas añoranzas de
los setenta con las que tanto me identifico en un idílico escenario de nuestra
historia reciente, y vas y la jodes…
No sé si coincidió en el tiempo pero estoy seguro de que el
tránsito de Antes a Entonces vino acompañado de turbulencias importantes que me
obligaron a apretarme el cinturón de seguridad. Y ahí ya la animadversión hacia
ti aumentó de forma considerable. A medida que me adentraba en la segunda
parte, te iba haciendo preguntas, ¿por qué? Pero ¿quién te has creído que eres?
¿Estás loco? ¿Serás desgraciado? Y otras más fuertes no aptas para horario
infantil. Pero aún dentro de ese marasmo de sensaciones y sentimientos
encontrados quería saber más sobre ti y sobre aquello a lo que serías capaz de
llegar. Claro, navegando por esa prosa que tu autor, Raúl, tan bien sabe urdir
y que nos envuelve como si estuviéramos navegando (y no volando).
En Doha tuve un respiro. Tomé aire en la terminal y
refrigeré mi hambriento estómago, preparándome para un final que no alcanzaba a
imaginar adónde me llevaría. Y creo que tras el despegue la sensación de flotar
es lo más cercano que tuve a la dimensión a la que me transportó Nunca. Y esa
flotación vino acompañada de muchas preguntas, esta vez realizadas en mi cabeza
y a un interlocutor apersonal. Ya no
quería preguntarte nada ni interpelarte. Ya no sabía cómo tratarte ni qué
pensar de ti. Nunca me dejó fulminado y hundido en las dudas que sigo sin haber
podido resolver.
Así que tendré que quedar con Raúl un día de estos y poder
calmar mi desazón, clarificar la urdimbre que se volvió muy compacta, quizá
demasiado para mi entendimiento, al final de Nunca.
¿Al final de Nunca hay un quizá?
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