viernes, 22 de mayo de 2020

Involución


Darwin había aprendido a quitarse los piojos con las uñas. El abundante pelo que cubría su cuerpo era morada insospechada para parásitos de distinta índole que, en un acto de simbiótico equilibrio, poblaban de forma irregular los cuadrantes de su piel.
Acostumbrado ya a no utilizar vestuario ni calzado, las plantas de sus extremidades se habían encallecido hasta adquirir una dureza cuárcica.
Su piel, curtida y ajada, emanaba esencias agridulces a las que sin duda nunca hubiera imaginado dar cobijo, y su dentadura enmascaraba todos los matices que pudieran existir del gris.
Esta era la insólita situación a la que el proyecto SIMA HUESOS-2050 le había conducido.
Fascinado por la posibilidad de vivir una experiencia única en el mundo, había tenido que entrenar como un salvaje y participar en las cinco ediciones del Cross Atapuerca que, consecutivamente, ganó desde dos mil cuarenta y cinco a dos mil cuarenta y nueve, lo que le dio la llave de su participación en el proyecto.
El final de la experiencia estaba cercano. Solo faltaban tres días para cumplir los diez años vividos en el entorno pleistocénico creado artificialmente por el CSIC en la provincia de Soria y estaba aterrado al pensar que debía volver a la civilización.
Por eso tomó la decisión que llevaba tanto tiempo rumiando: Abrir la escotilla del nivel menos veinte y descender a los pasadizos que le conducirían al verdadero ecosistema natural. Un hallazgo serendípico cuando picaba el suelo durante la construcción de una cavidad adicional.
En aquella ocasión y en tantas otras posteriores sólo se había asomado para curiosear, pues sintió pánico de no poder salir si se introducía por ellos.
Ahora, a menos de setenta y dos horas de la apertura del recinto SIMA HUESOS-2050 abrió finalmente la escotilla y se introdujo para nunca regresar a su mundo anterior.


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