Darwin
había aprendido a quitarse los piojos con las uñas. El abundante pelo que
cubría su cuerpo era morada insospechada para parásitos de distinta índole que,
en un acto de simbiótico equilibrio, poblaban de forma irregular los cuadrantes
de su piel.
Acostumbrado
ya a no utilizar vestuario ni calzado, las plantas de sus extremidades se
habían encallecido hasta adquirir una dureza cuárcica.
Su
piel, curtida y ajada, emanaba esencias agridulces a las que sin duda nunca
hubiera imaginado dar cobijo, y su dentadura enmascaraba todos los matices que
pudieran existir del gris.
Esta
era la insólita situación a la que el proyecto SIMA HUESOS-2050 le había
conducido.
Fascinado
por la posibilidad de vivir una experiencia única en el mundo, había tenido que
entrenar como un salvaje y participar en las cinco ediciones del Cross Atapuerca que, consecutivamente, ganó
desde dos mil cuarenta y cinco a dos mil cuarenta y nueve, lo que le dio la
llave de su participación en el proyecto.
El
final de la experiencia estaba cercano. Solo faltaban tres días para cumplir
los diez años vividos en el entorno pleistocénico creado artificialmente por el
CSIC en la provincia de Soria y estaba aterrado al pensar que debía volver a la
civilización.
Por
eso tomó la decisión que llevaba tanto tiempo rumiando: Abrir la escotilla del
nivel menos veinte y descender a los pasadizos que le conducirían al verdadero
ecosistema natural. Un hallazgo serendípico cuando picaba el suelo durante la
construcción de una cavidad adicional.
En
aquella ocasión y en tantas otras posteriores sólo se había asomado para
curiosear, pues sintió pánico de no poder salir si se introducía por ellos.
Ahora,
a menos de setenta y dos horas de la apertura del recinto SIMA HUESOS-2050
abrió finalmente la escotilla y se introdujo para nunca regresar a su mundo
anterior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aguardo tus comentarios: