La suerte fue que ya estaba publicada también la segunda
temporada, así que seguimos confinados y vimos toda la segunda temporada, en la
que la complicación científica (la que parecía carecer de explicación)
aumentaba de forma exponencial. Diría que la ciencia se desarrolló más que la
trama. Hubo muchos más complejos y conjeturas físicas que línea argumental de
los personajes y ello dificultó mucho más su comprensión. Pero aún así, el
nivel de intriga y sorpresa fue muy superior al de la primera temporada. El
punto culminante llegó con el último capítulo en el que Jonas le pregunta a Martha
de qué época venía y su respuesta fue para mí el culmen de la segunda temporada:
La pregunta no es de qué época, sino de qué mundo.
Un verdadero anzuelo caza espectadores para la tercera temporada
que, esta sí, tardó semanas en llegar, ya desconfinados y con aires de
libertad.
Y entonces fue cuando llegó el desinflamiento de la burbuja
de expectativas. Y es que la complejidad de la trama de los viajes adelante y
atrás en el tiempo se fusionó con la de la presencia de dos mundos, a modo del
signo del infinito (un ocho tumbado) en un ciclo sin fin, en el que todo se repetía.
Y sí, todo se repetía. Las frases de los actores eran siempre iguales: Todo
comienza y termina en un ciclo infinito, el principio es el final. Todo tiene
que pasar para que el ciclo continúe… y cosas similares. Cámara
estática, escenas en las que no sucede nada, simplemente la cámara se detiene durante
segundos interminables mientras Jonas, o Adam, o Marza o cualquiera de los
personajes, que de repente aparecen completamente sucios, como si vinieran de
un apocalipsis, se observan con mirada etérea para decir al final de la escena una
de esas frases.
La trama se complica tanto cronológicamente hablando que el
director decidió poner en cada momento el año al que viajaba con un número que
ocupaba toda la pantalla: 1986, 1953, 1921, 2019, 2052. “En mi mundo,
Martha es de tal forma… yo quiero a la Martha de mi mundo, no la del tuyo”
y frases similares.
La trama argumental fílmica desaparece por completo y solo
hay un ir y venir de aquí para allá años arriba y abajo sin explicación ninguna,
con algunos planos de Adam y Martha, ancianos, frente a dos cuadros de Adan y
Eva, algo que ya auguraba un fracasado final.
Y es que al terminar (como ya sucedió en Lost, donde la
trama también llegó a una complejidad inexplicable), parecía que todo se
reducía a una lucha del Bien contra el Mal (desde el punto de vista divino,
supuestamente), algo inconcebible, que terminaron de resolver con un simple
viaje a un momento del pasado para evitar que Tannhaus “quiera” crear la
máquina que crea el pasadizo temporal para hacer regresar a su mujer y su hija
que habían muerto en un accidente. ¿En serio? Un cierre final tan simple que
además era lo obvio, viajar al pasado para evitar que algo suceda y modifique
el futuro.
Me quedo como en un coitus interruptus. Con un gran placer
inicial por las dos primeras temporadas, una enorme expectativa y ganas de ver
la tercera y desenlace y un descomunal bluf tras no entender nada de la tercera
y ver un final absurdo. Una pena…
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