
Visitamos a mi amiga Katrin, a quien conocí en Edimburgo, paseamos por las calles de los barrios más orientales, y supimos de su experiencia de vida, de cómo la caída del muro (más bien el derribo del muro por parte de los berlineses) cambió su existencia en una noche.
Todavía se me ponen los pelos de punta cuando recuerdo cómo nos contaba la emoción que sintió aquella noche de 1989, cómo las lágrimas no le permitían apenas mirar por la acera por la que corría en zapatillas hacia la zona del muro más cercana a su casa, sin importarle nada más que la necesidad de respirar libertad.
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