Estaba harta
de permanecer anquilosada entre aquellos límites que le aburrían hasta el
paroxismo y de sonar siempre igual, con el mismo timbre y duración. Ansiaba crecer,
afectarse con un sostenido, convertirse en corchea, visitar el tono superior o
charlar con la blanca que tenía el puntillo. Anhelaba tener libertad de
movimiento en la partitura en la que siempre le tocaba ser una negra de do,
sosa y sin protagonismo. Pero, ¿le dejaría su compositor llevarlo a cabo? Tenía
que pensar una estrategia para comunicarse con él y no encontró otra mejor que sonar
a contratiempo.
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