El motivo por el que decidí comprar y leer este libro de Alberto de la Rocha fue esta frase de la contraportada: Los años radicales también puede leerse como la crónica del Madrid de una época, los años setenta y ochenta del siglo pasado, y muestra el lado más salvaje de lo que se denominó la Movida.
Un notable acierto de marketing de la editorial (o de quien
lo haya escrito) aunque no refleja en mi opinión para nada el contenido del
libro.
La novela me ha encantado por ser una cruda y radiográfica
descripción de una vida enganchado a la heroína. Sin duda es el reflejo de una
parte de la sociedad de finales de los setenta y principios de los ochenta que
cayó en el pozo de la droga, en la deshumanización de la dependencia y en los
excesos asociados a ello, pero no hay en todo el texto ni una sola reseña
musical o artística que pueda referir a que está narrando una época relacionada
con la mal llamada Movida Madrileña.
Quiero decir, que su historia, potente, cruda, descarnada
por momentos y tremendamente agridulce, la del pintor Eduardo Muñoz, la de su
éxito y su bajada a los infiernos con la consiguiente pérdida de todo su
entorno, de sus amigos, y en especial de su hermana, podría haber sucedido en
2022 en cualquier ciudad del mundo, o en 1995 en un pueblo o en cualquier otra
época o lugar. No he reconocido en absoluto en la narración ni a Madrid, ni a
esa época concreta denominada Movida.
Es muy interesante la forma en la que el autor nos acerca a
lo más duro de la historia, la muerte por sobredosis de la hermana del
protagonista y de todos sus demás amigos, a través de las sesiones de grabación
que una modelo lleva a cabo para realizar su tesis doctoral. Es una forma de
narración diferente, a través de una entrevista intermitente que se alterna con
las sesiones de posado de ella ante el pintor para reflejar su retrato y en
especial su llamativa cicatriz.
Sin embargo, no hay tensión sexual entre ellos, aunque a
priori podría parecerlo o podría intuirse. Es más bien un interés mutuo, la
adoración por esa cicatriz que le lleva a la necesidad de pintarla y la de ella
por la carrera del pintor y por toda su experiencia vital y su salida de la
heroína.
Los años radicales habla de la muerte con mucha normalidad.
Seguramente porque los que la vivieron desde la perspectiva de la dependencia
de la heroína la vivían así. Como un simple cambio de vivir a morir, sin
tránsito, sin aspavientos. Simplemente se dejaba este mundo sin más. Y eso, ese
acercamiento a la muerte, sí que me parece muy característico de una época de
excesos que llegaron acompañados de la aparición del SIDA y del comienzo de la
democracia.
Los años radicales me han dejado sin aliento
por momentos. Yo no viví como espectador apenas esos años porque todavía era
muy joven aunque posteriormente sí he leído crónicas y otras novelas que hablan
de los años más duros de la heroína, del compartimiento de jeringuillas y de la
muerte. Alberto de la Rocha consigue con su novela transportarnos a una época
en la que el éxito y el exceso solían compartirse para todos aquellos que
triunfaron exponencialmente y luego pasaron al olvido o se reciclaron como
artistas postmodernos.
Eduardo Muñoz me ha resultado un personaje muy creíble, muy sufrido
y muy vivido. Lo imagino intentando terminar su autorretrato, con motivo del
premio que le han otorgado, y veo su incapacidad para llevarlo a cabo, su
calvario interior recordando una época que le dejó huérfano de amigos. Lo he
acompañado durante la lectura. He llorado con él y lo he comprendido, en cierta
medida. Y es que, ¿por qué nos resulta, a veces, tan complicado saber quienes
somos realmente?
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