Siempre he defendido, desde que comenzó la pandemia, que
este gobierno, y cualquier otro gobierno de otro signo y condición se ha tenido
que enfrentar a un hecho sin precedentes, inesperado, desconocido y lleno de
aristas y dificultades de todo tipo. Cualquier país (aunque algunos con más
virulencia que otros) han sufrido las consecuencias de una crisis de
dimensiones estratosféricas que nadie previó y a la que se tuvo que enfrentar
con los medios disponibles en tiempo récord.
Por esa parte, nunca he lanzado una crítica (como tantas
otras gratuitas y que a diario se pueden leer en las redes sociales) al
gobierno de coalición.
La COVID-19 nació muy lejos de España. Yo mismo recuerdo en
mi último viaje a Alemania a mediados de febrero que ya hablábamos en la feria
en la que participé sobre aquella enfermedad rara que había sucedido en Wuhan,
como si fuese algo completamente extraño y que no nos afectaba. Así que cuando
el virus comenzó su expansión y se cebó en Italia y posteriormente en España de
un modo tan rápido todo hubo que improvisarlo. Por supuesto las medidas
sanitarias de contención, la gestión de los recursos y la crisis sanitaria, y
también la posterior sangría económica, tras paralizar al país durante semanas.
Nada que reprochar desde el entendimiento de que el gobierno
y los responsables de todo tipo hicieron todo lo que estuvo en sus manos con la
mejor de las intenciones.
Pero ahora sí que no. Ahora sí que no puedo callar ni
entender cómo desde marzo que comenzaron las clases virtuales no se ha llevado
a cabo la toma de decisiones necesarias para una vuelta al colegio en el curso
2020-2021 en condiciones. No puedo entenderlo y sí, voy a criticarlo.
Para empezar la mal llamada descentralización del país, que
nos conduce a 17 tomas de decisión diferentes sobre 17 planes de estudio. Los
responsables autonómicos dicen que el ministerio de Educación se desentiende de
la adecuación del sistema y que no tiene un plan. ¿Pero no queríamos todas las
autonomías las competencias para hacer cuanto nos viniera en gana? ¿O es que resulta
que cuando la realidad se impone, cuando las dificultades nos hacen afrontar el
mundo real, no somos tan capaces? No le quito ninguna culpa al gobierno en este
caso, lo que hago es acrecentarla y sumarla a una incapacidad global de todos
los responsables.
Hemos tenido marzo, abril, mayo, junio, julio y agosto para adecuar el
comienzo de las clases presenciales con plenas garantías, y no sé si realmente
se ha hecho algo o se ha quemado el tiempo en discutir quién es quien tiene que
hacer qué. Por el medio ha habido vacaciones, desmanes, reproches, aplausos y
todo tipo de avatares sin sentido pretendiendo creer que el momento, el siete
de septiembre no iba a llegar.
Para mí el problema se resuelve con un sencillo diagrama de
flujo (adjunto arriba).
No hay que discutir nada más. Se resuelve en una sencilla
reunión de gobierno con el ministerio correspondiente que reasigne la dotación
económica necesaria y listo. Profesores y profesoras en paro hay a cientos. Personal
de apoyo, limpieza y gestión para los centros que tengan que duplicarlos
también (hay más de tres millones de parados). Lo que hace falta es voluntad
política para hacerlo, compromiso y determinación en defender que la educación
es un pilar de nuestra sociedad y que no es un tema con el que hacer campaña
política.
¡Ah, perdón que estoy diciendo una tontería en esta España
en la que cada gobierno cambia la ley de educación!...
Pues eso. 14 días quedan para ver cómo empezamos: Semi
presencial (quien quiera que sepa qué quiere decir y bajo qué criterios y
medios…), a turnos, unos días sí y otros no, los de infantil sí pero los de
secundaria no, dependiendo de cada comunidad, de cómo tengan la ratio de
contagios… en fin, es una nave sin rumbo que podría estar direccionada y
gestionada desde hace meses, habida cuenta de los tres meses que hemos tenido
de experiencia confinativa.
Pues eso, adelanto ya mi crítica a lo que sea que va a pasar
porque me parece que va a ser un desastre. Y si no, al tiempo.
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