El presente es, camino de los cincuenta, la estrella de los
tiempos verbales. Es el filtro por el que las cosas adquieren un valor
relevante, el punto de vista con el que las miramos y el criterio por el que
las juzgamos. Sabedores de que queda probablemente menos futuro que pasado, el
relativismo se impone y la inmediatez de lo que vivimos adquiere una relevancia
primordial en nuestra vida.
Es en el presente donde saboreamos los pequeños placeres de
la vida adulta, el refugio en el que consideramos que lo que podamos hacer en
él ha de ser y es, por sí mismo, suficiente y necesario para que nuestra vida
alcance pleno sentido.
Mirar al pasado con un atisbo de nostalgia, la de la juventud
pasada y al futuro con un ápice de incertidumbre son otros dos motivos para
afianzar nuestros pies y nuestra raíz al tiempo que estamos viviendo.
Y este presente es, más que nunca, en 2020 y en tiempos de
COVID, más relevante y lleno de contenido. Vivir ante una amenaza desconocida y
en una precrisis que se convertirá en perpetua con fatídica posibilidad nos asienta
en lo que estamos viviendo y nos hace valorar lo importante de lo inmaterial,
de los afectos, de las relaciones familiares y de lo que perdura por encima del
materialismo y del capitalismo desbordado que hemos sufrido.
Yo soy ahora, vivo ahora, siento ahora y quiero a mis seres
queridos ahora y todo ello me dota de una fuerza inconmensurable para ser
feliz, para obviar las penas y los problemas en los que vivimos inmersos y que
nos ciegan el camino de la felicidad.
He terminado de leer la novela de Manuel Vilas titulada Alegría.
Y su lectura me ha hecho también recapacitar sobre aquello que realmente estoy
buscando y que, en mi caso, más que la alegría, es la felicidad. Ser feliz, con
los míos, ahora y con lo que tengo. Sin más. Sin más anhelo ni deseo de que
nada mejor venga, porque con lo que tengo me sobra. Y me he dado cuenta de que
es por eso por lo que lucho, trabajo y me esfuerzo.
Y mis presentes son sencillos y preciosos: un amanecer mientras
leo una buena novela, un café caliente con sabor a avellana mientras escribo,
el club de los martes, las cenas familiares, las vacaciones sencillas con la
familia, jugando a las cartas por las tardes o dándonos un chapuzón por las
mañanas, el cuidado de los padres, la alegría de los sobrinos peques, la siesta
a la sombra o las charlas de sobremesa.
Es agosto, es verano, es vacación y es presente.
Lo que venga después, ya se verá.
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