Siempre que hablo o reflexiono sobre el arte contemporáneo comienzo
con el mismo comentario: Cuando le añadimos el adjetivo contemporáneo a lo que
sea, estamos (implícitamente) aceptando que todo es posible y aceptable. Ya
está. No hay más límite que ese.
Y en esta ocasión vuelvo a ser consciente de hasta qué punto
el denominado tan genéricamente “arte contemporáneo” puede llegar
a estar tan alejado del arte en su acepción de la R.A.E: Manifestación de la
actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma la
imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.
Y todo viene a vueltas de la instalación titulada “Comedian”
del artista italiano Maurizio Cattelan que defiende que en cuanto pones
cualquier cosa en una instalación, se convierte en arte o será debatido como
arte. Y de hecho así ha sido. Su instalación artística consistente en un
plátano natural pegado con cinta americana a la pared, se ha convertido en
motivo de crítica, mofa o comentario en todos los medios de comunicación, hasta
incluso llegar a este humilde blog.
Por supuesto, sabemos que todo este boom mediático sucede
porque esto lo ha parido un artista de nombre Maurizio y de apellido Cattelan,
y que si lo hubiese hecho otro de nombre Antonio y apellido González, por poner
un ejemplo, habría hecho el ridículo. Mejor dicho, nunca lo habría podido exponer.
O sea, que la expresión artística se ha convertido en una
combinación de
quién
es el que la hace
+
la
reacción que crea en quien la mira
+
la
repercusión que tiene la misma en las redes sociales
+
que haya
alguien dispuesto a pagar una suma absurda por ella
Y entonces, ¿dónde queda el concepto artístico en sí mismo?
¿dónde está la pasión creativa, el talento de pintor@s o escultor@s, la
prodigiosidad del geni@ o la magia del compositor/a? Y la respuesta a estas
preguntas es, ¿Y a quién le importa?
Sí, esa es la respuesta correcta, porque lo que importa, en
2019 es que se hable de tu obra, que se obtengan cientos de miles (o millones)
de likes en Instagram, e innumerables reproducciones en Youtube. Punto y final.
Reto conseguido. Y a otra cosa.
Que haya alguien dispuesto a pagar 120.000 dólares por “un
flechazo” que es lo que a Sarah Andelman (la compradora) le generó Comedian, es
tan absurdo o tan poco, como quien pague otro tanto por un coche de altísima
gama, o por un collar que va a lucir escasas horas al año.
Es la expresión de absoluta superficialidad y vacío de lo
que supone el dinero, de quién lo paga y quién lo recibe pero sobre todo del
por qué.
Y para finalizar este éxito, llega David Datuna y se come el
plátano en directo, representando su obra o “performance” también
(contemporánea) titulada “El hombre hambriento”y va y deja la
peladura ahí en la mesa, sobre una servilleta.
Es muy interesante ver la cantidad de público grabando el
momento, haciéndose fotos y demás, para mí a un nivel tan comparable como el de
las colas inmensas de gente durante horas para llegar a la Gioconda en el Louvre
pero no para mirarla, o admirar su belleza, sino para sacarla de fondo en un
selfie.
Ya tengo la tercera parte del show, “Apretón estomacal”
sentado en la taza del váter echando lo que haya quedado inservible del plátano
comido. No es mala idea, yo creo que le voy a dar una vuelta.
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