La sinfonía para piano fluía desde el interior de su alma de forma natural,
como una esencia más que su organismo destilase. La armonía de aquella pieza alcanzaba
el paroxismo con la ejecución ejemplar del pianista en escena. El demoledor silencio de la platea ensalzaba
la interpretación del virtuoso adolescente.
Las notas devenían en locura conceptual al sucederse series de
semicorcheas y fusas descendentes que terminaban en una lúgubre melodía de apocalipsis
final. Tras los aplausos, la audiencia en pie.
Jacobo sintió cómo su turbación vencía a su entrenada contención escénica desbordando sus emociones. Bajó la mirada, al secarse las lágrimas, y entonces afrontó la terrible realidad viendo lo que había quedado tras el accidente, dos muñones irregulares sin dedos, todavía vendados dada la cercanía del mismo. Decidió que lo real se hiciera irreal y que lo recordado se tornase presente y siguió viviendo aquel concierto memorable en el que alcanzó el éxtasis por primera vez.
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