viernes, 23 de octubre de 2020

Cortar por lo sano

 

Cada mañana veía el bulto en la pared y le daba miedo. Estaba seguro de que era la raíz de aquel engendro que había crecido y crecido sin ningún control y al que ningún vecino había sabido parar a tiempo.

Pero su casa era frágil y además le había costado mucho esfuerzo comprarla. Tan sólo era un semi sótano en el que disponía de treinta metros cuadrados, lo que para su malograda economía y su situación de penuria existencial no estaba mal.

Cuando se convirtió en propietario con todos los honores, al firmar la compra de aquel pequeño apartamento, solicitó a la comunidad que talasen el engendro, pero no consiguió que se aprobase en la reunión anual de vecinos. Había dos jóvenes idealistas y exageradamente escorados a la defensa del naturalismo que se negaron en banda a tocar el dichoso árbol.

Él no lo podía entender. Sólo le veía inconvenientes: quitaba por completo la luz y visibilidad al menos a cuatro vecinos, manchaba a diario el porche de entrada con las hojas que perdía, era nido de decenas de pájaros que dejaban el rellano hecho un estercolero y para colmo de males cuando el viento azotaba con fuerza golpeaba con furia la fachada y alguna de las ventanas a las que daba. Y todo ello le parecía lo menor. Lo más grave, lo que más le preocupaba, era que su pared, la de su salón, estaba a punto de abrirse de forma inmisericorde.

Había intentado ya todas las estrategias: La de la confrontación argumentativa, en la reunión de vecinos que no le llevó a ningún lado porque los dos radicales se negaron a razonar, cegados por su idealismo. La del victimismo inmisericorde, pidiendo ayuda para su problema, del que algunos se sonrieron con condescendencia, y finalmente la de la búsqueda de aliados que estuviesen en su línea para forzar en la votación a la tala del maldito árbol desde aquel mísero parterre donde fue plantado años atrás.

Nada de ello funcionó y pensó que su problema carecía de solución.

Entonces sucedió lo que llevaba tiempo temiendo: La pared principal de su salón se abrió en una griega de suelo a techo y una enorme raíz de más de quince centímetros de diámetro entró a formar parte de la decoración de su hogar.

Se llevó un susto tremendo, por el ruido y por lo rápido que sucedió todo. Pero en el fondo sintió alivio. Ya tenía todo preparado para cuando eso sucediese. Puso en marcha su plan. Debía reacondicionar su salón, dentro de su casa, donde nadie podría reprocharle nada, y encendió la sierra mecánica.

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