Kiko Amat desgarra el convencionalismo de la literatura
juvenil con un idioma propio. Rompepistas como narrador de su propia historia
de adolescente conflictivo, nos ofrece un lenguaje abrupto, lleno de nuevos
vocablos, expresiones altisonantes, “palabros” y exabruptos que tejen una red
que te atrapa. Se puede llegar a despreciar a Rompepistas, es lo que
seguramente deberíamos hacer por lo impresentable de sus actos y no digamos
nada de su alter ego Carnaval. Sin embargo, hay algo en su narración que
mantiene tu simpatía por él, como sabiendo que, en el fondo, no es mal chaval,
que se enamora, que sufre, que es víctima y actor de sus circunstancias
familiares y que, sin duda va a tener difícil un futuro que no sea el que a
priori se le otorgaría por tal entorno. Dejo a la lectura de cada uno descubrir
cuál es ese futuro.
La novela está trufada de momentos y frases sublimes, como
cuando un niño de diez años le dice a Rompepistas que le da igual si roba o no un coche
porque él es dadaísta, las preguntas-elección que Carnaval les plantea con las
cuatro opciones imposibles, y las onomatopeyas literaturizadas que Kiko
engalana tan eficientemente.
Hay mucha música en este libro y aunque yo soy mucho
más siniestro en lo musical, me ha motivado a re-escuchar algunos grupos míticos que yo
había descartado de mi discoteca por el tiempo en el que triunfaron.
Sin duda una novela con ritmo vibrante, emociones
altisonantes, costumbrismo ochentero y bando sonora punk.
Muy edificante
.
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