Julia se detuvo en el punto central
del Puente de Hierro. Miró el caudal desbocado que descendía por el cauce del
río Ebro y pensó que era el lugar idóneo. Las fuertes nevadas de aquel invierno
y su posterior deshielo habían originado inundaciones en todo el valle. A su
paso por Zaragoza el nivel había sobrepasado las dos riberas del río. Julia
pasó las piernas por encima de la barandilla y se agarró con las manos por
detrás de su espalda. No había vuelta atrás. Respiró profundamente, cerró los
ojos y se soltó. Justo en el instante en que perdía pie, un brazo la asió por
la cintura, evitando su suicidio.
Todo comenzó dos años antes de este
trágico episodio. Julia trabajaba en el departamento de química orgánica de la
universidad de Zaragoza en un proyecto que dependía del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas. Siguiendo una de las directrices del programa
marco de la Unión Europea, el grupo de investigación que había formado
desarrollaba un proyecto para el desarrollo de un nuevo catalizador que permitiese
la transformación del dióxido de carbono (gas contaminante generado por las
chimeneas, calefacciones y tubos de escape) en productos orgánicos aptos para
el uso industrial. Es decir, se trataba de transformar un desecho contaminante
en materia prima para la industria.
En concreto Julia y su equipo
habían desarrollado un catalizador, es decir la sustancia que acelera las
reacciones químicas sin alterar su composición. Estaba basado en un complejo de
iridio estable al aire que convertía de forma selectiva el dióxido de carbono
en compuestos de ácido fórmico y silicio, que eran útiles para la agricultura,
la tecnología de los alimentos y en general para la síntesis orgánica.
El catalizador estaba ya completado
y su fórmula, custodiada en un archivo de seguridad con clave encriptada, era
accesible únicamente para Julia y sus dos colaboradores de confianza, Pilar y
Jorge. En la elaboración del informe final, firmaría ella como investigadora
única y los nombres de sus colaboradores no aparecerían de forma explícita,
como se había establecido desde el principio. Su presentación en la sociedad
científica supondría una gran revolución pues las implicaciones económicas que
tendría su desarrollo posterior en la industria serían de dimensiones
estratosféricas.
Junto con el informe se presentaría
la patente de síntesis del compuesto, que lo protegería en toda Europa, Estados
Unidos y Japón.
Habían sido meses de trabajo duro.
Los tres compañeros habían dedicado el cien por cien de su tiempo al proyecto.
Sus vidas personales habían quedado en un segundo plano, algo que, en el caso
de Julia, había menoscabado su matrimonio. Su marido Joel, escritor de novela
negra, se había sentido abandonado, ya que ella dedicaba todo el tiempo de
trabajo a su proyecto y también el de ocio y vida familiar a su proyecto. Ya no
hacían vida social. Nunca salían a cenar y apenas veían a sus respectivas
familias. Joel se lo reprochó varias veces, sobre todo en la etapa final,
cuando la soledad consumió su paciencia. Pero ella siempre le contestaba lo
mismo: aquella investigación podía representar el proyecto de su vida y aquel
era el momento en que ella debía sacrificarse para sacarlo adelante, a
cualquier precio.
La relación llegó a ser tan
distante en los últimos meses que ni siquiera conversaban. Se contestaban con
monosílabos cuando no por WhatsApp, a pesar de que vivían en la misma casa y
compartían la misma cama.
La rutina de trabajo hizo
que ya no se diferenciaran los límites entre la vida laboral y familiar. Un fin de semana, cuando estaban a punto de finalizar el
diseño de la síntesis, Julia convocó en su casa a sus dos colaboradores para
darle un último impulso. Pilar y Jorge se instalaron en su apartamento y Joel
se encargó del avituallamiento. Les cocinó y ofreció bebidas y café y estuvo muy
solícito en todo momento. Aunque ya los conocía desde hacía tiempo, nunca
habían coincidido más de cinco minutos por lo que compartir aquel fin de semana
con ellos resultó novedoso para él.
Joel los observaba en sus
discusiones, cómo Pilar sacaba convencida su carácter y opiniones y cómo Julia
las menospreciaba. En ocasiones incluso le recriminaba que debía seguir las
instrucciones que ella le indicaba y que dejara de pensar tanto. Con mala cara
y, sobre todo, con malos modos, se mostraba arrogante. Jorge parecía de
carácter más calmado y, en general, ratificaba las opiniones de Julia.
Aquella reunión se repitió durante
los siguientes fines de semana de forma ininterrumpida. Jorge y Julia se
encargaban de la redacción y maquetación de los resultados pues Pilar era la
especialista en química orgánica que se encargaba de los ensayos y aunque tenía
una mente privilegiada para el razonamiento empírico, no era capaz de redactar
con orden y claridad y además su labor se veía siempre criticada y menospreciada
por Julia.
Durante las sobremesas, ellos
dedicaban un par de horas a ese cometido y Pilar charlaba con Joel en la otra
sala. Ello les llevó a conocerse mejor. Se dio cuenta de que Pilar tenía cierta
envidia por el hecho de que Julia iba a ser la única firmante de la patente
cuando en realidad la habían desarrollado entre los tres. Aunque no mostraba
enfado, Joel podía intuir que sentía una ira contenida, y pensó que algún día
explotaría. Las conversaciones entre ellos llegaron al terreno personal y
descubrieron que tenían mucho más en común de lo que imaginaban. Joel llevaba
meses ignorado por su mujer, con la que apenas hablaba y aunque había intentado
que ella cambiase y le dedicase algún tiempo, no lo había conseguido.
Un sábado, Julia y Jorge tuvieron
que acudir por la mañana a la facultad, pues debían presentar un informe previo
al rectorado y cada uno iba a explicar una parte del mismo. Pilar y Joel se
quedaron en el apartamento y decidieron preparar la comida mientras esperaban
que regresasen. Junio había llegado caluroso a Zaragoza y Joel decidió darse
una ducha mientras Pilar preparaba el ternasco al horno. Cuando salió del
cuarto de baño con la toalla en la cintura, se dio cuenta de que Pilar le
estaba observando desde la puerta de la cocina con una copa de vino en la mano
derecha y otra que le ofrecía con un gesto en la izquierda.
Se quedó un poco sorprendido pero
no le dio más importancia. Se acercó y le cogió la copa para brindar por el
futuro catalizador. Pilar hizo una mueca de desagrado y le replicó que mejor
brindar por algo más cercano, por ejemplo, por ellos dos, que estaban allí
juntos, con un calor endemoniado. Brindaron y justo antes de tomar el sorbo del
Somontano, Pilar le dio un beso.
Joel se puso tenso. No sabía cómo
interpretar aquello que no había previsto en ningún momento. Pilar no se
arredró. Como él se había quedado paralizado, lo agarró por la cintura, se
acercó a su cuerpo y le besó con intensidad. En ese momento, ya sí que no pudo
parar. Él dejó su copa en la repisa y abrazó a Pilar ofreciéndole un beso
profundo y húmedo.
La erección hizo que la toalla se
le cayese, y fueron hasta el dormitorio. Aquella fue la primera vez que Joel
engañó a Julia. La primera de otras muchas que vinieron después y que
conformaron una relación entre Joel y Pilar.
Las reuniones de fin de semana
fueron, desde aquella primera ocasión, diferentes. El juego de miradas y
comentarios cambió y ellos supieron y pudieron ocultar su relación a los otros
dos sin mucha dificultad.
Pensaron que había que hacer algo.
Pilar no quería que Julia se llevase todo el mérito y Joel consideraba que
parte de la fortuna que Julia recibiría por la patente le correspondía también
a él. Y tal cual lo fueron pensando primero y comentando con miedo entre ellos
después, hasta que aquellas insinuaciones y quejas se convirtieron en un
estudiado y calculado plan que urdieron entre ambos, sin que Pilar ni Jorge
sospechasen nada.
Pilar tenía contactos con otro
grupo de investigadores en Estados Unidos con los que había colaborado de forma
puntual en ocasiones anteriores. A pesar de disponer de muchos más fondos, iban
varios meses por detrás del grupo de Julia. Ser el primero en presentar un
descubrimiento en el mundo de la química es vital para conseguir una patente
fuerte e inquebrantable por lo que disponer de información relevante les
hubiera ayudado a adelantar mucho. Pilar facilitaría la información sobre el
proceso de síntesis a este grupo americano a cambio de una cuantiosa suma de
dinero en un paraíso fiscal y un puesto de investigadora en Boston, donde Joel
estaría encantado de mudarse a vivir con ella.
Solo quedaba un mes para la
finalización del proyecto por lo que debían darse prisa. Pilar contactó con
ellos, les expuso su propuesta y todo se llevó a cabo con una celeridad
pasmosa. El centro de investigación estadounidense disponía de recursos
económicos muy superiores al de Zaragoza y con la información recibida de Pilar
consiguieron tener el catalizador listo en dos semanas. Lo presentaron en la prestigiosa
revista especializada Angewandte Chemie
y registraron la patente ante la oficina de patentes y marcas de la Unión
Europea en Munich.
El anuncio supuso una revolución en
el mundo de la industria química por las implicaciones económicas que tenía y
por el hecho de que, una vez más, supusiera un triunfo de la investigación
norteamericana frente a la europea.
Cuando Julia recibió la llamada del
rectorado para comunicarle la noticia, se quedó vacía. Nunca imaginó que algo
así fuera a ocurrir, pues estaba convencida de que su proyecto era líder en
todo momento. Aquello la sumió en una profunda depresión, lastrada por la
brecha que se había abierto en su matrimonio. Joel decidió separarse al poco de
la noticia pero mantuvo en secreto su relación con Pilar que únicamente hizo
pública cuando ya estuvieron instalados en Boston, varios meses después. Julia
se dio cuenta de que estaba anémica de sentimiento. Su vida familiar era
inexistente. Sus relaciones sociales se habían disuelto por completo y, el
único vínculo que le quedaba con el mundo real, que era Joel, se había
desvanecido también.
Nunca supo nadie que Pilar y Joel
habían traicionado el proyecto. El éxito del equipo americano se tomó en la
comunidad científica como natural, al disponer de muchos más recursos que el de
Zaragoza.
El CSIC decidió entonces denegar
más recursos económicos al proyecto, ya que el catalizador había sido ya desarrollado
y la patente homologada, por lo que carecía de sentido continuar invirtiendo en
ello, y los tres compañeros se quedaron sin perspectiva laboral. Pilar abandonó
la universidad y se marchó a vivir a Boston, pues había conseguido un puesto de
investigadora allí, algo que sus dos compañeros entendieron y aceptaron. Jorge
continuó en la universidad y se mantuvo cerca de Julia, apoyándola y dándole
ánimos. Él fue la única voz que la reconfortaba. Quiso hacerle ver que todo su
esfuerzo no había sido en balde y que el rectorado lo valoraría de todos modos.
Pero ella no le escuchaba. Él insistía en que tenía que animarse y le propuso
buscar otro proyecto en el que comenzar de nuevo juntos. Así pasaron seis meses
aciagos en los que Julia tenía cada vez menos ganas de vivir.
Para acrecentar su desazón, la
última noche de abril, Joel la telefoneó desde Boston. Le dijo que no quería
herirla, pero quería ser honesto y contarle la verdad en lo concerniente a su
relación con Pilar. Julia no podía creer lo que escuchó. Se sintió sin fuerzas.
Hundida por la depresión, sin vida personal y sin ambición profesional decidió
que no tenía sentido continuar viviendo.
Aquella misma noche lo dispuso
todo. Escribió una carta de despedida para sus padres que dejó encima de su cama
y luego llamó a Jorge, a quien le dio las gracias por su apoyo en todo momento.
Después salió de casa y se dirigió al Puente de Hierro. Era una noche
desapacible. El cierzo soplaba con fuerza y el caudal bajaba abundante por el
Ebro, incluso violento en algunos tramos. Se paró en el punto central del
puente y se dispuso a saltar.
Pero Jorge se había quedado
preocupado tras recibir la llamada de Julia, porque le sonó a despedida y se
temió lo peor. Salió disparado hacia su casa y llegó a tiempo de ver desde allí
cómo entraba en el puente. Corrió cuanto pudo pidiendo al cielo llegar a tiempo
y, exhausto, consiguió sujetarla por la cintura, llevarla hacia sí y darle el
beso que tanto tiempo había deseado.
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