Nina Peña es una ESCRITORA SINGULAR. Con dos novelas ya publicadas de títulos
muy sugerentes: ¿Cómo que a qué huelen las nubes? y la última que ya estoy
disfrutando con deleite inconmensurable, Rosa de los vientos, además de
varios volúmenes disponibles en Amazon: Las
Sufragistas, 8 Cuentos perdidos, Palabras que sanan, Poemas irreverentes y Némesis,
Nina es una escritora consolidada. No solamente porque su prosa haya adquirido
esa madurez propia de quien lleva ya una trayectoria serena y creciente de
experiencia y oficio, sino porque su activismo en el mundo de la literatura no
es tangencial.
Colabora con la revista literaria
Umbral y participa en la web “5 palabras” como escritora solidaria.
Participa, promociona, divulga y cotidianea el mundo literario haciéndote
muy sencillo acceder a él de mano de su invitación a sumergirte en sus
historias.
Por si no fuese suficiente, publica
un blog literario en el que cuelga sus relatos y reflexiones, muchos de ellos
relacionados con el activismo feminista, del que hace gala educacional, y que
nutren buena parte de las tramas de sus novelas. Os recomiendo haceros
seguidores del blog, cuyo enlace dejo aquí
Con Nina he
descubierto a una escritora barroca, completa, que practica el oficio, lo
cultiva, lo documenta a conciencia, lo critica, se critica a sí misma, se
cuestiona y se corrige para mejorar sin límites y con la conciencia de intentar
ser siempre mejor escritora y creadora.
A continuación
comparto con todos vosotros, lectores, un relato mágico, rebosante de vida y
energía, orgánico, titulado El alma del bosque.
Leedlo, merece
la pena. Y para que conozcáis un poquito más a su autora, una breve entrevista
a continuación.
EL ALMA
DEL BOSQUE
Aquel árbol había nacido de
nuevo entre las ramas rotas de un tronco partido por accidente.
Cercenado bruscamente, se había
resistido a morir y a languidecer en medio del bosque como un pequeño tocón
más.
Su espíritu, empeñado en
sobrevivir a los fríos inviernos del clima, había fortalecido sus raíces en las
cuales depositaba toda la rabia de una vida perdida y la esperanza de un verde
futuro.
Habían pasado años de dulce
sopor en los que se curaba las heridas traumáticas del accidente y se
acostumbraba a su nueva forma, no más alta que un arbusto, pero llena de un
impulso nuevo, de un aliento distinto que le empujaba a crecer poco a poco pero con firmeza. Su ambición era
sobresalir por encima de los otros árboles y poder ver al menos los tejados de
las casas de aquel pueblo cercano que tiraba de él casi como una llamada, como
el canto de sirenas legendario, que no podía dejar de escuchar.
Veranos de sol y otoños de
lluvia, primaveras en que el bosque se llenaba de aromas y flores silvestres,
moras y pájaros cantores que no se posarían sobre él hasta que no alcanzase la
altura necesaria para ponerlos a salvo de las alimañas. Setas y hongos. Algún
tesoro trufado entre raíces viejas. Viento que aún no llegaba a mecer sus ramas
pero que las acariciaba con dulces dedos de amante. Susurros de vida lejanos
que él se empeñaba en escuchar por encima de los ruidos sordos de las pisadas
de ratones y los vuelos rasantes de
abejas o colibríes.
Creciendo poco a poco, año tras
año. Con lentitud pero con firmeza.
Cuando el niño llegó por primera
vez hasta él, supo que sólo por eso había estado creciendo. Reconoció el motivo
por el cual había puesto tanto empeño en vivir, en renacer, en seguir
existiendo.
Aquel niño, algo más pequeño que
él en altura, lo observó serenamente, escuchó su silenciosa letanía de ser
herido, acarició su tronco aún liso y decidió, en un instante, que aquel sería
su lugar secreto en el bosque, firmando así un pacto de amistad y apoyo que
duraría tanto como su existencia mortal.
Los inviernos eran fríos, largos
y oscuros, plenos de lluvias que hacían aparecer el musgo en las piedras y
daban el vigor suficiente a sus raíces como para seguir creciendo. Sus ramas,
cada día más largas y altas, se dividían con una lentitud casi mineral
en dos grupos muy diferenciados; unas crecían hacía arriba para poder
alcanzar el sueño de otear los lejanos tejados y otras hacía abajo para formar
una cueva vegetal que aislara al niño del resto del mundo cuando volviera a
verle.
Primavera tras primavera, verano
tras verano, el niño volvía.
Era un niño solitario y triste
que necesitaba escuchar una voz que le contara cuentos, y a falta de una madre
que lo hiciera, escuchaba su propia voz en la reverberación del bosque.
Se sentaba junto a él apoyando
la espalda en su tronco y leía en voz alta cuentos infantiles o jugaba entre
las ramas a juegos inocentes de niñez, siempre al abrigo de sus hojas, a la
protección de sus largos brazos vegetales. Contaba cada año los sarmientos
nuevos, observaba los tallos recién nacidos y los brotes primaverales y seguía
visitándolo día tras día en largos veranos de sol y luz, en otoños lluviosos en
que se convertía en un paraguas frondoso, algún domingo de invierno en que
salía el sol y el bosque olía con los perfumes del agua y de los mantos de
vegetación que cubrían el suelo.
El niño y el árbol crecían
juntos.
Los arbustos de alrededor no
podían esconder su envidia, pero los árboles viejos, que habían visto a
generaciones de niños leer cuentos sentados sobre sus ancianas raíces, le
avisaban de que los humanos, por lo general, sólo llevaban tristezas y muerte
al bosque, y que la felicidad o la amistad con personas, era algo tan efímero
que pasa por la larga vida de los árboles como un soplo momentáneo en una larga
existencia de soledad.
No valía la pena tomarle
demasiado cariño a un niño. En primer lugar porque crecía y terminaba por
olvidarle, y en segundo lugar porque un árbol no puede permitirse el lujo de
amar a quien tiene el poder de quitarle la vida en sus manos.
Cuántos árboles bellos y centenarios,
incluso milenarios habían muerto bajo el hacha del hombre. Cuántos bajo su
fuego. Cuántos arbolitos jóvenes habían perecido bajo los pies de niños que los
arrancaban a patadas o cuántos habían ido a parar llenos de luces de colores al
lado de una chimenea, dentro de una casa en la que se asfixiaban, con las
raíces dentro de macetas vacías, sin tierra, que los iban matando lentamente.
Cuántos bosques y laderas
consumidos por la mano de los hombres, por su desidia, por sus intereses, por
su ambición o su olvido.
No valía la pena amar a los
humanos, le decían, quizá eran la peor especie de depredadores.
Pero su niño volvía y el árbol
renovaba la fe.
Cada año le costaba un poco más
reconocerle. Su voz, así como su altura y su rostro habían ido cambiando con
los años. Sus lecturas adquirían tintes más dramáticos y serios, sus
pensamientos se iban haciendo más profundos, sus impulsos más primarios, y sus
pensamientos más llenos de matices contradictorios. Cada vez era menos niño,
pero sentado a sus pies, con un libro en las rodillas y leyendo en voz alta,
recuperaba y reconocía ese espíritu libre y sereno.
Un día de primavera, cuando desde sus ramas
más altas ya comenzaba a ver los tejados de la población vecina, aquel niño
volvió completamente cambiado. Durante un largo invierno su alma se había
bifurcado y sus impulsos estaban siempre al acecho, combatiendo con sus
pensamientos y contrarios a sus acciones; estaba enamorado.
Hasta él llegó un día con
compañía de otro ser y se sentaron juntos a leer nuevos libros, ignorando las
caricias de sus vegetales dedos y sin detenerse a contar los nuevos brotes o a
admirar su nuevo follaje de un verde intenso que transparentaba con el sol.
Solo veía verde en los ojos de
aquel otro ser y solo contaba sus besos.
El árbol supo que debía aceptar
aquel nuevo estado e hizo crecer las ramas aún más para dar mayor cobijo e
intimidad a su amigo.
Fue entonces cuando le hizo daño
por primera vez. Un daño que no se merecía, que lo entristeció y que le hizo
recordar las palabras que sus ancianos compañeros le habían dicho tantas veces.
Una tarde talló un corazón en su tronco con el filo de una navaja. Unos
extraños caracteres que para él debían simbolizar algo fueron unas heridas por
las que estuvo sangrando durante meses hasta que logró que cicatrizaran en su
corteza y que le costó años que cicatrizaran en su espíritu.
Aceptó el dolor con ese
sacrificio de quien sabe que lo está haciendo por amor.
Año tras año, verano tras
verano, seguía visitándolo, sólo o en compañía de otros seres.
Un verano llego con un pequeño
ser, un retoño que poseía su misma mirada y su mismo halo de soledad y
ensoñación y que el árbol reconoció como un sarmiento de la misma vid, un brote
nuevo en la prolongación de su misma cepa,
y lo aceptó con alegría.
Sus ramas ya se extendían a lo
más alto del bosque. Desde las hojas más altas el frondoso árbol ya lograba
divisar el pueblo y con el paso de las estaciones, a medida que miraba y
buscaba, de dio cuenta de que todo aquel afán respondía no solo a la esperanza
de ver a aquel niño que había crecido o a su recién nacido vástago, sino a la
rama de la cual provenía.
Debería ser una rama y
endurecida y nudosa, esas ramas viejas que cuelgan casi inertes de las partes
más añejas de cada árbol, pero en su interior aún correría la savia y aún
guardaría el impulso suficiente como para luchar por no secarse y morir. Tal vez fuera de esas ramas arcaicas
que mueren de sed poco a poco o de aquellas otras en que el alimento que le
llega no es más que los restos ya amargos que las ramas jóvenes dejan pasar,
pero sabía que aquel sarmiento retorcido, del cual provenía el niño, estaba
vivo y verde en algún lugar de aquel pueblo, bajo alguno de aquellos techos
anaranjados de tejas u oscuros de pizarra.
La vida era tan larga que podía
esperarle el tiempo que hiciera falta.
El árbol ignoraba que aquel
niño, cuyos brotes verdes iban creciendo con los años, había hablado de él miles
de veces a lo largo de su vida a su tronco progenitor y le había rogado otros
miles de veces que algún domingo le acompañara a bosque para conocer su árbol
favorito, aquel en el que había leído los cuentos que él no le leyó y que le
había prodigado las caricias vegetales que él, a veces, se le olvidó prodigar.
Aquel árbol que había acunado sus sueños, que había guardado sus secretos,
compartido su soledad, que había sido cómplice de sus primeros besos y su
primer amor y cuyo cuidado estaba encomendando a sus propios hijos como una
continuidad de vida más allá de la vida, entrelazadas en ramas de verdes y
sentimentales, frutos que jamás se desprenderían.
Año tras año, el árbol,
convertido en el más alto del bosque, esperaba la llegada de aquel que lo
evitaba. El niño, convertido también en un árbol maduro y fértil, seguía llegando
verano tras verano, sentándose en sus raíces ya al descubierto, acariciando su
tronco ya rugoso donde el corazón tallado tanto tiempo atrás había cicatrizado
en letras oscuras y por donde, poco a
poco, brotaban las cicatrices de ramas rotas y nudos ocultos que salían a la
luz y que dejaban escapar unas lágrimas semejantes a melaza aunque amargas.
La lluvia de muchos inviernos y
el sol de muchos veranos no lograban vencer su ansia de ver más allá del bosque
ni de esperar.
Fue una mañana de finales de verano
cuando unos pasos desconocidos se acercaron lentamente por entre el musgo y las
hojas caídas, acompañados de los pasos ya familiares de aquel niño hecho
hombre.
En efecto, era un sarmiento ya
viejo y retorcido por los años pero en cuyos ojos reconoció el afán que lo
había llevado a crecer y por el cual, un día, puso tanto empeño en sobrevivir.
Unas manos rugosas acariciaron
su tronco y, toda la savia de su interior se estremeció dulcificándose por la
caricia recibida. Una caricia que hacia demasiados años que estaba esperando.
De sus brotes más tiernos comenzaron a brotar lágrimas de dulce melaza mientras
las hojas, tocadas por el viento, suspiraban entre las verdes ramas. De los
ojos de aquel hombre viejo, surgieron lágrimas amargas y de sus angostos
pulmones, suspiros de tristeza.
Se reconocieron a través de las
almas, y se hablaron por primera vez de todo cuanto en su interior habían
estado callando durante tanto tiempo en el idioma que una vez, cuando aquel
árbol aún no era árbol y el viejo todavía era joven, habían inventado en
secreto. Palabras silenciosas y ocultas al resto del mundo que ambos creían
haber olvidado y que, de pronto, recuperaron para poder comunicarse en un
idioma que sólo ellos, en su pensamiento, pudieran entender.
Se hablaron de amor y de años,
de silencios y esperas, de vidas truncadas y de sueños rotos, de cuentos de
niñez y caricias vegetales, de vientos y susurros quietos, de nostalgias y
contadas alegrías, haciendo un recuento de todo aquello que deberían haber
vivido juntos y que la muerte truncó.
El viejo puso su mano en aquella
parte del tronco cercenada tantos años atrás por un accidente y lloró
silenciosamente la amarga soledad de viudo que nunca lloró ante nadie para no
entristecer a su única fuente de alegría.
El niño entendió entonces las
caricias de aquellas ramas, el cobijo y la compañía, la voz interior que le
contaba los cuentos que leía y la compañía de aquel árbol que siempre estuvo en
su vida y estaría en la vida de sus hijos perpetuando el recuerdo de quien sobrevivió
a la muerte, tan solo con la esperanza, de seguir dando amor a los seres a
quienes amaba.
ENTREVISTA SINGULAR
1.- Aunque ya eres una autora publicada con varios libros en
el mercado, si te dieran la posibilidad de publicar una novela con una gran
editorial ¿sobre qué tema te gustaría escribirla? Y ¿Qué límites pondrías a las
condiciones que te impusiera la editorial?
Imagino que seguiría con los mismos temas que ahora escribo,
no creo que me diera por variar tanto como para hacer algo muy distinto, aunque
tengo que confesarte que desde hace algún tiempo me estoy planteando hacer
algún tipo de novela distópica, algo que se saliera de mi narrativa habitual,
quizá me decidiera por ese camino porque ya lo llevo barruntando desde hace algún
tiempo. En cuanto a condiciones editoriales, te confieso que ni idea…
2.- Imagino que como buena escritora que eres serás también
una gran lectora, ¿en qué momento del día te gusta más leer?
Cuando tengo tiempo, simplemente. Me inclino a leer por la
noche, pero no observo ninguna regla fija.
3.a) En breve comenzaré a leer tu última novela Rosa
de los vientos, y espero reseñarlo pronto en este mismo blog. Cuando
escribes, ¿qué temas o situaciones te inspiran? O sea, ¿Cómo te enfrentas al
folio en blanco?
Me suelo inspirar en situaciones reales, creo que muchas
personas se pueden identificar en alguno de mis personajes y de hecho a veces
me lo han comentado. El folio en blanco es un gran reto en el cual creo que no
vale tanto la inspiración como el trabajo constante.
3.b) Tienes publicaciones tanto en papel como en formato digital ¿Nos puedes contar un poco de tu experiencia en cuanto a la publicación por ambos caminos? Y también ¿qué formato prefieres como consumidora?
Mis novelas en digital nacieron por una especie de pudor mío
a reconocer su contenido erótico. Me explico; tanto Las sufragistas como
Némesis tienen capítulos de sexo explícito que yo pretendí separar de las que
yo, entonces, consideraba novelas serias. Fue una estupidez, sobre todo porque
por ejemplo en Las sufragistas hay mucho más fondo político y feminista incluso
filosófico, que erótico, de hecho creo que es uno de los libros en que los
capítulos de sexo están completamente justificados para entender la progresión
del personaje. Creo que fue un grave error tildar así a mis novelas. Continúo
en la misma línea publicando en ambos formatos y los publicito indistintamente
porque en el mundo independiente en el que me muevo no es tan grande la
diferencia. Sigo prefiriendo a nivel personal el libro en papel, pero llegar a todas partes, que puedan leerte en
cualquier parte del mundo es algo que
las plataformas electrónicas ponen al alcance de la mano y que hace años era
impensable.
4.- ¿Qué te acompaña cuando lees? ¿Y cuando escribes?
No hay nada como un buen café y un cigarrillo para ambas
cosas, y a veces escucho música de fondo.
5.- Hoy en día el número de publicaciones es enorme. Hay tal marasmo de novelas, libros de escritores noveles y ediciones clásicas que es muy difícil filtrar y decidir qué es lo que leemos. En tu caso, ¿qué es lo primero en lo que te fijas para decidir leer un libro?
Las recomendaciones y el género. Simplemente hay géneros que
no leo, no me gustan y por tanto no compro ni leo ese tipo de libros, y de
entre todos los géneros y subgéneros que sí leo, me fijo en las recomendaciones
de ciertas personas que sé que tienen buen criterio.
6.- Vivimos en el mundo de la hiperconexión. ¿Utilizas las redes sociales? Cuáles son las que te parecen más interesantes y por qué.
Mucho, soy muy activa en redes sociales. Creo que son el
único modo de dar a conocer nuestro trabajo. Cada red hay que utilizarla de
distinta forma, Twitter tiene una vida más corta, los tweets desaparecen muy
rápido pero para hacer publicidad va muy bien si cuentas con buenas imágenes y
contenidos. Facebook me gusta más porque hay un contacto más directo y personal
con las personas y creo que se ajusta más al perfil de lector al que le pueden
gustar mis libros.
7.- ¿Eres escritora de día o de noche?
De noche y de madrugada. La cuestión es estar sola y en
silencio.
8.- Aparte de la literatura, ¿qué otras artes te gustan? Cuéntanos un poquito cuáles y por qué (si es que hay un porqué).
Sin duda la música. No me imagino el mundo sin música. Tengo
también varias amigas pintoras que me alucinan porque yo soy una negada con un
lápiz o un pincel en la mano, se requiere una destreza y una mirada especial.
La fotografía también me gusta muchísimo, yo soy de las que lo fotografía todo
jajaja.
9.- Te pido ahora unas respuestas rápidas
a) ¿Nos recomiendas un libro?
Imposible… ¿solo uno? Te puedo decir
que ahora me estoy leyendo a Dulce Chacón y su “La voz dormida” y acabo de leer
“El cuaderno dorado” de Doris Lessing. Cualquiera de ambos puede ser una buena
lectura.
b) Un personaje literario que sea inspirador para ti.
Clara, de “La casa de los espíritus”,
es un personaje que me encanta.
c) ¿Qué género literario te apasiona más?
Narrativa contemporánea e hispánica.
d) ¿Eres de radio o de televisión?
Siempre me encantó la radio, sobre
todo aquella radio nocturna que se hacía hace veinte años y que evoco en el
libro “Rosa de los vientos” aunque ahora son todos programas deportivos y como
que ya no es lo mismo… la tele casi no la veo a no ser series o películas.
e) ¿Mar o montaña?
Mar en invierno y montaña en verano.
f) La última cosa que te haya sorprendido tanto que todavía la recuerdes.
Creo que he perdido la capacidad de
sorpresa para las cosas grandes… sí que me sorprenden los pequeños detalles que
nadie parece ver. Hace poco aluciné viendo a una hormiga arrastrando una
semilla el doble de grande, te lo juro… tuve que grabarlo con el móvil y lo
subí a Instagram porque me pareció increíble. Soy muy rarita.
g) Una canción o cantante que tenga para ti un significado singular.
Oblivion de Piazzola. Me encanta… esa
pieza me transporta y no sé decir por qué, pero se me lleva muy lejos cada vez
que la escucho. Por lo demás, tengo una banda sonora en mi vida tan extensa que
una canción al uso no te la podría decir.
10.- Para terminar, me gustaría que definieras una escena lo más cercana posible a tu felicidad.
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