—¿Cómo va a ser posible? Somos objetos inanimados. ¿Seguro
que no estaban hablando alegóricamente? —le respondió segura la cuchara.
—Que no, de verdad, creedme. Ayer el dueño recibió la visita
de dos personas en el saloncito y estuvieron hablando del tema. Él les explicó
el proyecto y ellos se pasaron más de dos horas discutiendo aspectos de lo que
él les había contado, sugiriendo algunos cambios y ofreciendo varias ideas para
mejorarlo —explicó de nuevo la botella de vino.
—Pero si llevamos aquí por lo menos ochenta años, atrapados
en este lienzo de lino. Hemos visto pasar tantos días y tantas noches que ya ni
me acuerdo de cuándo fue el día en que nos colgaron de esta pared.
—Anda, no seas ceniza, cuchara. Te digo que sí, que hablaban
de hacernos renacer, de devolvernos a la vida.
Un murmullo se levantó entre los integrantes del cuadro. Las
frutas hablaban entre sí y miraban con cierto descrédito a la botella de vino
de 1925 que era la que había abierto el debate entre ellos. Por otro lado, el
plato y la copa discutían acaloradamente sobre la locura que implicaría que
aquello fuese verdad. Los otros cubiertos y el mantel se hacían los despistados
porque eran unos descreídos y les importaba toda una mierda, y la mesa que los
soportaba a todos desde hacía años se sintió esperanzada ante la posibilidad,
aunque fuese ínfima, de poder librarse de todos y de su peso continuo.
—¿Y acaso dijeron cuando sucedería tal cosa? ¡Ja!
¡Devolvernos a la vida, el renacer! Pero qué tontería más grande —volvió a
insistir la cuchara.
—Escuchadme todos, por favor —interpeló la botella— lo
último que les escuché decir, cuando se disponían a abandonar la vivienda fue
que en unos pocos días, el próximo sábado, se presentaría nuestro renacer, El
renacer de las naturalezas muertas, y lo dijo señalándonos claramente
con un dedo. El próximo sábado, y será a las seis de la tarde, con público y
todo. Al fin nos van a sacar de estas dos dimensiones. Estoy harta de estar
siempre chafada. Quiero recuperar mi volumen.
—Sí, sí, nuestro volumen, nuestra forma tridimensional,
nuestro estado líquido y nuestro olor —gritaron los demás objetos del cuadro.
Cuando la cuchara se cansó de oír el griterío que se había
formado les hizo callar a todos y les conminó a que mirasen justo a su derecha,
en la estantería de al lado, repleta de libros.
—El renacer de las naturalezas muertas,
cenutrios. El libro, ese que está justo aquí al lado, no nuestro triste cuadro
que lleva aquí más tiempo que las puertas. El libro, la novela, que será
presentada el próximo fin de semana… ¡Ay… pero con qué palurdos me toca
compartir escenario…!
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