En esa primera época, la que fue del 79 al 83 más o menos yo
era todavía muy crío y no había descubierto aún la música, lo hice allá por el
84-85, pero obviamente después sí he buceado por todo lo que se publicó en
aquella época y he escuchado los discos de Parálisis Permanente, de Seres vacíos,
su consecutivo y alguno de los discos en solitario de Ana Curra y también sus
colaboraciones con Digital XXI.
Es casi unánime la creencia de que Eduardo Benavente, muerto
prematuramente en un accidente de coche camino de Zaragoza cuando empezaba a
saber lo que era el triunfo y el estrellato con mayúsculas, fue un genio de la
música. Y seguramente esa sentencia está hinchada con algo del mito que se
construye sobre un joven que muere prematuramente, como ha ocurrido también con
Ian Curtis, cantante de Joy Division y tantas otras figuras del arte y la
música malditas por su muerte temprana.
He de confesar que cuando compré este libro y comencé su
lectura tenía cierto reparo. Reparo a que se me cayese el mito. Porque ya me
pasó con el mencionado Ian Curtis, que facturó fantásticas canciones con su
grupo pero era un tipo que dejaba mucho que desear en su trato con el resto de
la humanidad. Con Eduardo no ha sido así. La imagen de chico tímido,
introvertido, hiperactivo, perfeccionista y con creatividad infinita se ha
confirmado. He descubierto muchas cosas sobre él, una coincidente conmigo, que
estuvo interno en un colegio de Corazonistas. Eso marca de por vida!! Lo aseguro.
Siempre nos quedará la duda de hasta dónde habría llegado
Eduardo Benavente y sus grupos, qué estadios habría llenado, cómo habría
evolucionado con los tiempos su música o si se habría mantenido fiel a su
siniestrismo. Nunca lo sabremos, pero lo que sí sabemos es que su originalidad,
su autenticidad y su singularidad fueron una gota de luz en una cultura musical
que comenzaba al final de los 70, que adquirió y fusionó lo mejor del punk newyorkino
y del londinense, lo tamizó y trituró a través de nuestro ADN patrio y que
adquirió estructura y consistencia propia, que sigue siendo recordado y escuchado
cuarenta años después y desde luego que ha influenciado a cientos de grupos y
artistas en los años que le sucedieron a su muerte.
Me despido en este post con el audio de la canción Un
día en Texas, una de las que más ramoniana me parece. Para que las
nuevas generaciones descubran que hace ya muchas décadas existían iconos
rompedores con todo lo anterior, y sin redes sociales.
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