viernes, 17 de febrero de 2023

Eduardo Benavente - El genio detrás de la cortina

No es un secreto, para quienes me conocen y siguen en las redes sociales, que siempre he sido seguidor y fan de toda la saga en torno a Alaska, empezando por Los Pegamoides y terminando con Fangoria. En ese eje musical ha habido sinergias con otros grupos, paralelos en algunos momentos, como Parálisis permanente, Los vegetales, Gabinete muy al principio o concomitantes en otras, como todo el movimiento que surgió en los 2000, grupos como Intronautas o Family.

En esa primera época, la que fue del 79 al 83 más o menos yo era todavía muy crío y no había descubierto aún la música, lo hice allá por el 84-85, pero obviamente después sí he buceado por todo lo que se publicó en aquella época y he escuchado los discos de Parálisis Permanente, de Seres vacíos, su consecutivo y alguno de los discos en solitario de Ana Curra y también sus colaboraciones con Digital XXI.

Es casi unánime la creencia de que Eduardo Benavente, muerto prematuramente en un accidente de coche camino de Zaragoza cuando empezaba a saber lo que era el triunfo y el estrellato con mayúsculas, fue un genio de la música. Y seguramente esa sentencia está hinchada con algo del mito que se construye sobre un joven que muere prematuramente, como ha ocurrido también con Ian Curtis, cantante de Joy Division y tantas otras figuras del arte y la música malditas por su muerte temprana.

He de confesar que cuando compré este libro y comencé su lectura tenía cierto reparo. Reparo a que se me cayese el mito. Porque ya me pasó con el mencionado Ian Curtis, que facturó fantásticas canciones con su grupo pero era un tipo que dejaba mucho que desear en su trato con el resto de la humanidad. Con Eduardo no ha sido así. La imagen de chico tímido, introvertido, hiperactivo, perfeccionista y con creatividad infinita se ha confirmado. He descubierto muchas cosas sobre él, una coincidente conmigo, que estuvo interno en un colegio de Corazonistas. Eso marca de por vida!! Lo aseguro.

Siempre nos quedará la duda de hasta dónde habría llegado Eduardo Benavente y sus grupos, qué estadios habría llenado, cómo habría evolucionado con los tiempos su música o si se habría mantenido fiel a su siniestrismo. Nunca lo sabremos, pero lo que sí sabemos es que su originalidad, su autenticidad y su singularidad fueron una gota de luz en una cultura musical que comenzaba al final de los 70, que adquirió y fusionó lo mejor del punk newyorkino y del londinense, lo tamizó y trituró a través de nuestro ADN patrio y que adquirió estructura y consistencia propia, que sigue siendo recordado y escuchado cuarenta años después y desde luego que ha influenciado a cientos de grupos y artistas en los años que le sucedieron a su muerte.

Un día en Texas

Me despido en este post con el audio de la canción Un día en Texas, una de las que más ramoniana me parece. Para que las nuevas generaciones descubran que hace ya muchas décadas existían iconos rompedores con todo lo anterior, y sin redes sociales.

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