miércoles, 12 de abril de 2023

La sombra de la tierra - mi crónica de lectura

Siempre me resulta curioso redescubrir a una persona a quien conoces o sigues por su trayectoria en una disciplina cuando salta a otra distinta. Es lo que me ha pasado con la actriz Elvira Mínguez, a quien sigo desde hace mucho tiempo y cuyos trabajos me han gustado siempre. Destaco: Clara Campoamor, la fantástica serie Abuela de verano, o películas de tanta calidad como Días contados, La buena estrella, Tapas o su participación en la adaptación de la trilogía del Baztán. Su calidad como actriz es indiscutible. Y tenía mucha curiosidad por redescubrirla como escritora. Su primera novela se titula: La sombra de la tierra. En esta ocasión hice algo que nunca hago que es escuchar entrevistas previas a la lectura de una novela porque no me gusta que me predispongan en ningún sentido. Pero en esta ocasión escuché a Elvira y supe de entrada que se trataba de una trama dura. Así que comencé mi lectura esperando algo que deduje de aquella entrevista y que luego ha superado con creces.

La sombra de la tierra nos lleva a una realidad de fin de siglo en la España interior en la que la dureza del odio intrafamiliar, de la dependencia de la tierra y de la falta de medios marcan el carácter de las personas que la conforman. Ese anticipo sobre la dureza de la historia es real. No es una novela dulce ni conformista. Pero sí una que retrata con verosimilitud y crudeza lo que conlleva vivir instalados en la pobreza, en el odio perpetuo y en la ausencia de esperanza para el futuro. Garibalda y Atilana son dos alter ego de un mismo odio, exacerbado por la falta de amor, por la envidia y seguramente la deshumanización de sus infancias.

Elvira narra de forma magistral, sin paños calientes y en presente en buena parte de la novela, arrastrándote a esa realidad gris y seca que empolva sus vidas y que te hace sentir afortunado por haber nacido a finales del siglo XX en una familia con valores y cariño.

La novela plantea muchas reflexiones. A mí al menos una fundamental y es el preguntarme ¿cómo seríamos nosotros, educados, democráticos, empáticos si nos hubiese tocado nacer en una realidad como esa en la que los niños son abusados, vilipendiados y ninguneados con una ausencia completa de afecto? ¿Realmente podríamos haber tenido alguna posibilidad de crear un mínimo rasgo de humanidad encima de esa pátina de terror y vejación? ¿Somos, por tanto, fruto de nuestras circunstancias? Ya sabemos que no elegimos donde y en qué familia nacemos, y por ello sin duda debemos sentirnos afortunados.

La elección de los nombres de sus protagonistas es sin duda un acierto que aplasta todavía más sus vidas y que nos hace transportarnos a una época ahora ya tan lejana pero que, aun a pesar de la distancia temporal, podemos imaginar y hasta entender.

La España de final del siglo XIX, ¡qué diferente de la de final del siglo XX que nosotros hemos vivido!

La sombra de la tierra es literal, es la que nos atenaza, nos amarra a la tierra en la que nacemos y la que nos obliga a luchar permanentemente por escapar de ella si es lo que así deseamos o la que nos ayuda a encontrar nuestro lugar, si por el contrario es nuestra preferencia. Yo creo que en realidad en nuestras vidas siempre hay un tránsito (qué bonito nombre para una persona), o al menos así lo ha habido en mi caso, alejándome con la adolescencia de mi tierra, incluso renegando de ella y poco a poco retornando a medida que la edad avanza y que comprendemos que en realidad nuestro lugar, nuestro auténtico sitio, si es que algo así existe, es la tierra que nos vio nacer.

Un diez para Elvira como escritora, que sumo a sus muchos dieces como actriz, ya que ha iniciado su andadura en la narrativa con una historia nada fácil ni condescendiente, con una trama que deja poso y que nos lleva a la reflexión profunda sobre nuestro origen. Ahí es nada.



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