Y la verdad es que dentro del marasmo de hiper autotuning,
reggaetones varios, urban rap, trap, hip hop y demás moderneces actuales, Cigarettes
after sex suenan diferentes, singulares y, quizá lo más importante,
atemporales.
Son un grupo estadounidense formado en El Paso (Texas) en
2008 por Greg González. Y su música está conformada por melodías de lo que se
podría denominar dream pop, o sea, sonidos etéreos, oníricos y del más puro
ambient de los primeros dos mil.
La forma de cantar de Greg es tan particular que por
momentos uno no sabe si quien canta es un hombre o una mujer. Es una forma de cantar
asincompada, lineal en muchos momentos y para algunos escuchantes quizá
repetitiva, pero es esa aterciopelada sincronía la que le da una característica
tan peculiar y alejada del mundanal sonido bailongo actual.
Otros críticos musicales más auténticos los engloban dentro
de la corriente denominada shoegaze o slowcore, o sea una música lánguida,
melancólica, cercana en algunas atmósferas a bandas oscuras y siniestras de
principios de los ochenta pero actualizadas a los dos mil veinte y siempre encuadradas
en esa voz y esa particular forma de cantar.
Hasta ahora han publicado dos discos. Su debut en 2015: Cigarettes after sex y el siguiente en 2019 titulado Cry que les ha llevado ya a girar fuera de USA, en Asia y Europa, algo nada fácil para una banda tan joven.
Aunque los miembros de la banda han ido cambiando en la
actualidad mantienen el germen del comienzo tres: Greg González, alma mater y
fundador guitarrista y cantante, Randall Miller, bajista y Jacob Tomsky,
batería.
Resulta ahora una interesante incógnita hacia donde
evolucionará su sonido, si es que lo hace hacia alguna tendencia o si se
mantendrá esa singularidad que los convierte en un verdadero descubrimento
musical, el de mayo para mí que me hace mantener la esperanza en los grupos
jóvenes, norteamericanos no barridos por la avalancha del sonido repetitivo
actual.
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