El cenit de excelencia en la calidad de sus novelas para mí lo alcanzó con Dispara, yo ya estoy muerto. Una novela muy compleja que retrata de forma inteligente y didáctica las inconmensurables raíces del problema de oriente próximo.
Y ahora acabo de terminar de leer su novela más reciente: De
ninguna parte. Y ¿qué puedo decir de ella? Claro, por supuesto me ha
gustado. Me la he ventilado en dos tardes porque no podía dejarla, pero debo
decir que me ha parecido mucho más plana que las anteriores.
Es decir, lo que sucede, el núcleo o conflicto principal es
previsible y la forma en que desarrolla los prolegómenos y los pormenores quizá
demasiado simplista para alguien que como ella ha desmenuzado la violencia y el
terrorismo en anteriores ocasiones.
Quizá desde el punto de vista de lectura de un europeo pueda
resultar tremenda la descripción de ese mundo radical que es el yihadismo, pero
a mí me ha resultado demasiado lineal para lo que podría esperar de Julia.
Diría que un ritmo narrativo demasiado acelerado y lineal.
Esa podría ser la descripción que me viene a la cabeza al terminar su lectura. De
ninguna parte hunde su comienzo en la terrible realidad a la que se
enfrenta un niño frente a la barbarie, el asesinato de sus padres, algo
comprensible por cualquier ser humano, pero a partir de ello, o justamente por
ello, la evolución de Abir hacia el radicalismo sin retorno es una parte
fundamental del eje de la novela.
Me resulta más accesorio o innecesario que el personaje
contrapuesto a él, Jacob, tenga que ser judío. Me resultaría igual de creíble y
de interesante si hubiese seguido viviendo en Francia.
Los personajes femeninos son de una fuerza enorme y la
ambientación del barrio del Molenbeek preciso y desalentador. Desalentadora la
ausencia de inclusión, de inmersión entre culturas que lleva a la creación de
guetos. No sólo es desalentador que suceda con musulmanes viviendo en Europa.
Lo es con cualquier emigrante que cambia su vida a cualquier otro destino y se
niega a fundirse con él. Es, en definitiva, el comienzo del problema.
De ninguna parte me lleva a reflexionar sobre
el concepto del apátrida. De quien se siente huérfano de país, de lugar, de
infancia. Creo que debe ser muy duro darse cuenta en algún momento de la vida,
que no se pertenece a ningún sitio, que se es un vagabundo existencial. Y ello
me lleva a reforzar todavía más mis creencias en las raíces, en los orígenes,
con apertura a la mezcla, al enriquecimiento cultural y al alejamiento, cada
vez más, de cualquier religión.
Muchas gracias por compartir con nosotros tu opinión.
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