Raúl estaba obsesionado con Bianca. Cada día, en el atelier, coincidían durante horas. Él era el encargado de trasladar a un formato reproducible de forma industrial las ideas sin fin de ella como creadora de trajes de novia. Le gustaba cómo Bianca explicaba una idea desde su germen, el porqué de la misma, cómo había surgido en su cabeza y cómo quería llevarla a cabo. Raúl era un buen escuchante. Y cuando la escuchaba, se enamoraba más y más. Le gustaba el tono de voz de Bianca, fuerte y directo. Su seguridad al hablar y razonar un argumento reflejaba su personalidad, que no se arredraba ante nada ni ante nadie. Bianca era muy segura de sí misma. Iba al grano y siempre le preguntaba si comprendía lo que le estaba indicando, pregunta que era, en sí misma, una afirmación.
Raúl se imaginaba muchas veces, en su cama, cubriendo aquellos
tatuajes de simbología extraña pero que hacían que su cuerpo resultase exótico
y apetecible. Sin embargo, solo había podido tocar la piel de sus brazos,
cuando en alguna ocasión la había ayudado a probarse algún traje para las
galas, pero para él había sido suficiente.
Bianca miraba siempre a los ojos. Los de ella, azul marino,
profundizaban en él cuando discutían un nuevo diseño. Y él se perdía en ese
mar. Hasta incluso en alguna ocasión le había dado una palmada en el hombro
para que se centrase.
Ya llevaban tres meses trabajando juntos y la había visto tratar
con las modelos y celebrities, sin miramientos, sin ambages, sin pose. También
había sido demoledora frente a algún mandamás que intentó propasarse con ella.
Eso le gustaba, la forma en que defendía su independencia como persona y la
intransigencia que tenía con la misoginia de algunos. Y, por encima de todo, en
todas esas situaciones, Bianca había lucido su tipo espectacular. Había
defendido su verdad y su razón desde su sexualidad. No le importaba exacerbar
su busto o ajustar sus tejanos. ¿Por qué no? Decía siempre ella. Soy mujer,
tengo un cuerpo que gusta y me gusta que a los demás les guste. Y a quién le
moleste, que se la envaine.
Pero también la había tenido que abrazar en algún momento. Muy
pocos, era cierto. En un par de ocasiones, cuando ella recibió noticias de su
familia, que vivía lejos de Milán y no había podido estar con los suyos en
momentos delicados porque la vorágine del mundo de la moda se lo había
impedido, se había roto. Y entonces, allí estuvo él. Sólo él y nada más que él.
Recordaba la primera vez que la vio llorar. No podía creerlo. Bianca, tan
segura, tan fuerte, tan luchadora y resulta que dentro de esa roca había algo
que latía. Esa parte de Bianca todavía lo enamoraba más.
La relación entre ambos había madurado en tan solo tres meses y él
creía que su atracción era recíproca. Estaba decidido a lanzarse y lo haría al
día siguiente.
Cuando llegó por la mañana temprano al atelier, ya estaba Bianca,
espectacular con un traje ajustado esperándolo con un café en la mano y una
pregunta.
—¿Qué, será hoy cuando me beses o todavía voy a tener que seguir
esperando?
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