Siempre he sido muy hacia adentro. Casi nunca he mostrado mis emociones en público. Cuando llegaba el momento, lloraba en soledad. Si me emocionaba en una película, me hacía el remolón en el asiento o simulaba un estornudo. Siempre contenido, siempre callado.
Para las discusiones era igual. Aguantaba, aguantaba,
aguantaba. Me guardaba mi opinión, esperaba a que la otra persona en discordia
dijese todo lo que tenía que decir mientras yo me lo guardaba todo dentro.
Siempre evitando la confrontación.
¿Los sentimientos? Difícil narrativa si eso implicaba
abrir un poquito mi piel de cuero, dura e impermeable. Siempre utilizando
gestos adustos, más bien marciales, esquemáticos, que no dejasen filtrar la más
mínima sensibilidad.
Y todo ello, ¿por qué? ¿Acaso simplemente mi ADN me ha
hecho así? ¿O tal vez las circunstancias que me han tocado vivir me han
transformado en un ser que solo absorbía, pero no proyectaba, o sea recibía
energía, cercanía, amor, pasión, pero difícilmente la reflejaba? Y, además, era
consciente de ello. Por momentos, incluso me rebelé e intenté luchar contra mi
propio carácter, hice lo imposible por asimilarlo, focalizarlo y modificarlo.
Pero fue imposible. Mi yo era, ha sido y es así.
INtroversión, INtrospección, INteriorización e
INdividualismo han sido las cuatro palabras que han marcado mi adolescencia y
la han teñido de cierto gris, de soledad y melancolía. Ha faltado el color, la
socialización, el diálogo y la controversia.
Pero el tiempo ha pasado, la adolescencia quedó muy
atrás y mi estado adulto se ha hecho poco a poco a sí mismo. Mi yo de juventud
abrió ciertas ventanas, primero, y algunas puertas, después, permitiendo que la
luz de la relación interpersonal alumbrase tímidamente las estancias oscuras de
mi intimismo recalcitrante. Llegó la conversación, la risa, los abrazos y la
reflexión en voz alta. Llegó el discurso. Llegó la crítica y el pensamiento
crítico, y con él la EXternalización de mis opiniones, la EXpresión de mis
sentidos, la EXtroversión de mis comportamientos y con ellas la EXplosión de
felicidad.
Ya no soy aquél yo. Soy un Ex - yo, si es que se puede
ser un EX de uno mismo. Si es que se puede llegar a asimilar y a aceptar que
aquello que uno sintió, aquello que vivió, era una equivocación, en el fondo,
era un camino baldío y dificultoso y algo que debía cambiar.
Cada mañana doy la bienvenida a mi nuevo Yo cuando me
miro al espejo, a la imagen exterior que refleja mi nuevo yo interior.
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