En definitiva, una total ida de olla en formato de novela
seria, adulta, publicada elegantemente por Tusquets Editores, que tanto
cuidan sus ediciones pero que alberga un universo indefinible, marginal e
incómodo.
Todavía estoy afectado por su lectura. Como digo consigue
remover muchísimas cosas dentro del lector. Propone adentrarse en una realidad
paralela, siempre oculta, sórdida, pero que obviamente existe y que, aun en el
caso de coincidir con ella por azar, la escondemos inmediatamente porque no es
aceptable para la normalidad de nuestra sociedad políticamente correcta.
Las historias que traza Antonio a través del viaje en tren
de sus protagonistas rozan lo inimaginable, como el síndrome de Diógenes con la
basura, la prostitución de menores, las snuff movies, la corrupción económica,
política y sobre todo moral de quienes se supone han de ser ejemplo para la
sociedad. El autor nos hace transitar por ideas locas como la posibilidad de
que un ente superior escanee nuestra vida cotidiana e intimidad a través del
análisis de nuestra basura y de nuestra mierda, o el hecho futurible de que los
libros incorporen publicidad entre los capítulos.
Hay también mucha parte de asunción de problemas
generacionales y sociales que existen actualmente y que son de difícil
digestión: la bulimia, la sexualidad de los discapacitados o la cosificación y
maltrato de la mujer eliminando su identidad como persona y relegándola a un
papel deshumanizado.
Si uno llega hasta ahí soportando sobresaltos, pequeños
infartos y falta de respiración, todavía quedan cosas por descubrir, como la
secta de los Anagramáticos, el negocio de la ropa de segunda mano o la
suplantación de identidad, y todo bajo el marco del diálogo en torno a los
problemas mentales y la discapacidad intelectual.
Como digo, algo así me sucedió con la película Pieles, que empecé
a mirar y conforme avanzaba, lo hacía también mi necesidad de dejar de mirarla
frente a la de continuar viéndola. Pues así me ha sucedido con Ventajas de
viajar en tren. La incomodidad que perturba la calma del lector ha sido
superior al miedo a lo indigerible de su narrativa y esa incomodidad me ha
empujado a continuar su lectura con auténtica desazón por la realidad narrada y
sobre todo, por el hecho incontestable de que probablemente existe y está no
tan lejos de nosotros.
Antonio Orejudo se convierte, de esta manera, en mi
descubrimiento absoluto de 2020 como escritor. Un diez para una novela que ha
conseguido lo que hacía tiempo que no me sucedía, sorprenderme, indignarme,
atemorizarme, asquearme y un largo etcétera de verbos que se pueden sintetizar
en una simple sentencia: No me ha dejado indiferente. Al contrario, ha removido
un montón de pilares y conciencias adormecidas y calmadas en esta vida tan
pragmática y “comme il faut” que llevamos.
Ahora mi próximo reto es atreverme a ver la película… para
eso ya necesito un gin tonic como poco.
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