martes, 21 de abril de 2020

Los viajes de Peter Stendhal: Mi crónica de lectura


Siempre que comienzo una novela me pregunto por qué camino emocional me llevará. Y si, al terminar de leerla, el recuerdo que quede en mí será lo suficientemente intenso como para que siga vivo años después.

Con Los viajes de Peter Stendhal he comenzado un itinerario de realismo mágico, acompañando a Peter en su diatriba emocional y en sus desplazamientos físicos, sus recuerdos, sus reflexiones y sobre todo sus ensoñaciones, durante este confinamiento que sin duda recordaremos siempre.

Es una tentación, cuando leemos una novela de un autor al que conocemos personalmente, buscar intersecciones de sus personajes con su propia persona. Es algo que yo, de forma inconsciente, porque es algo que hablé con Luis en una charla cervecera, he hecho y me he tenido que obligar a mí mismo a reconducirme y recordarme que Peter no es Luis.

Quizá me ha sucedido porque Peter es una persona singular. Un tipo diferente, que crea su propio universo y se desenvuelve en él a su aire. Alguien que, sabiendo que quizá no encaja de forma fácil en el escenario en el que le ha tocado vivir, se crea uno propio y readapta su guion y su escenografía a lo que a él le gustaría que hubiera sido.

Para mí la novela de Luis Benagulu tiene dos partes importantes: La primera, que transcurre durante la estancia de Peter en el hospital, en la que nos ofrece pocas reflexiones de su presente y mucha narración de sus andanzas pasadas. Es la parte que más me ha gustado, la parte más personal y en la que presiento “más verdad” en el autor como narrador. Como le comenté a Luis, cuenta la historia de una forma que sugiere que han sido sus propias vivencias, es decir, que parecen momentos y circunstancias vividas realmente por él. Y esa forma narrativa es la que más me acercó a la novela. En mi opinión, es un acierto que suceda en la primera parte porque es la que te hace fiel a la novela y no te deja abandonarla.

Y es en la segunda parte cuando comienza el verdadero devaneo mental de Peter, con sus viajes, sus analogías con todos los animales que le rodean, y por supuesto con su carácter y el de sus amigos. Es en esta segunda mitad en la que veo a Peter más despegado de sí mismo. Y quizá parece una contradicción porque narrando mucho más en presente, lo hace con un relato más irreal (más mágico) que le deja escapar al mundo de la ensoñación pero poco a poco lo va obligando a asirse al terreno para que no termine, quizá, por despegar al mundo onírico.

Me encanta la abundancia de refranes y de expresiones castizas que Luis reproduce en la novela, algunos me retrotraen a mi propia infancia y otros simplemente me han sorprendido por desconocerlos. Y me parece muy interesante y acertada la presentación de los distintos miembros de la familia de Peter y sus nombres y apellidos inverosímiles.

Los viajes de Peter Stendhal es para mí, en definitiva, un paseo por dos realidades alternativas: una hipnótica, divertida y hasta cierto punto surrealista y otra mucho más castiza, ancestral y ligada a la vida en distintas décadas, pero apegada a la cotidianidad de cada día, una mezcla perfecta que nos ayuda a entender el universo personal de Peter, su locura, su cordura o su locordura.

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