Érase una vez una niña de pelo azabache y sonrisa redonda
que iba a jugar todas las tardes a la campiña que había frente a su casa. Vivía
en las afueras de Glastonbury y cada día, cuando terminaba el colegio, salía
con la merienda a disfrutar de juegos y aventuras. Le gustaba observar las
flores, les hablaba a los insectos y pequeños roedores que se encontraba por
los alrededores de su casa, y había alcanzado a llegar hasta el claro de hierba
desde el que se observaba la Torre. Allí acudían, por alguna razón que ella
desconocía, muchos pájaros que se situaban siempre en semi círculo y cuando
ella los miraba, escuchaba sus voces y le decían que no se acercase más, que la
Torre era peligrosa.
Ella no veía ningún peligro. Al fin y al cabo sólo era una
torre construida con piedras en lo alto de un cerro, pero cuando se lo había
preguntado a su madre, ésta le había prohibido tajante que se acercase a ella.
Sin embargo, la curiosidad y su conversación con sus amigos
los escarabajos la empujaron a acercarse más y más y cuando estuvo a la altura
de los pájaros le preguntó a un jilguero por qué era tan peligrosa.
El jilguero la miró, sorprendido por la inocencia de la
niña, y le dijo muy circunspecto:
—La Torre conecta con el corazón de Gaia y ningún ser vivo
puede acercarse a ella. Sería muy peligroso.
La niña no estaba segura de comprender quién era Gaia y cómo
aquella construcción de piedras podía conectar con un corazón. Ella ya había
estudiado en el cole que los corazones son pequeños órganos que laten y que dan
la vida. Y tuvo que preguntarle al jilguero.
—¿Por qué sería peligroso? Estoy segura de que no me va a
ocurrir nada— y comenzó a caminar por el sendero ascendente que conducía a la
torre, decidida.
Y entonces el jilguero obligó a todos los pájaros del
semicírculo a rodear a la niña y entre todos la elevaron por los aires, justo
cuando iba a tocar la Torre y la alzaron por encima devolviéndola a su casa, y
entonces el jilguero, que era el jefe de todas las aves, proclamó:
—No podemos permitir que ningún ser vivo amenace la salud de
Gaia. Por eso, debemos permanecer en su superficie, bien lejos de su corazón.
El contacto con la mortalidad de cualquier ser humano rompería el hechizo por
el que Gaia fue proclamada un día inmortal y que nos ha permitido la vida
durante miles de años. Si algún día se rompiese, Gaia comenzaría a morir y, con
ella, todos nosotros acabaríamos desapareciendo
La niña entendió que Gaia debía ser muy importante y muy
grande, así que lo miró seria, y cuando una pequeña lágrima resbaló por su
mejilla, asintió aceptando no acercarse nunca allí.
Tan pronto se hubo marchado el jilguero, decidió que al día
siguiente hablaría directamente con Gaia y se haría amiga suya. ¡Qué bien lo
iba a pasar cuando le contara mil y una historias que sin duda había vivido!
Eso sí, no podría nunca contárselo a su madre. Sería su secreto con Gaia.
El latido de Gaia es la energía de este mundo. No puede ponerse en peligro. Un buen cuento.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias! sí, debemos cuidarla entre todos!!
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