domingo, 13 de octubre de 2019

MABEL


Recuerdo nuestra primera conversación en la “rebequizada” cafetería Rebeca, donde acudíamos después de las clases a compartir una cerveza y mil comentarios. En aquella primera conversación, dándonos más tiempo y cercanía, propusiste que organizáramos un grupo para concursar en Boom. Recuerdo que estábamos en ello tú, Ana, no estaba claro si Paco o Alberto y yo. Parecía algo descabellado, ¿de qué sabríamos cada uno de nosotros para completar un buen equipo? Aquel fue el punto de partida en nuestra amistad. Yo me dije aquella noche, esta Mabel es una mezcla de surrealismo, simpatía y autenticidad. Y pude, con el avance del curso, comprobar que no me había equivocado.

Luego las clases fueron transcurriendo (madre, un gerundio compuesto, Pedro no lo escuches) y pude descubrir y disfrutar muchos más talentos de tu genialidad. Por momentos eras desternillante, en otros muy ácida. A veces te pillabas un cabreo por casi nada y lo llevabas al límite pero resultaba estimulante ver como volvías de aquel punto al que te habías alejado sola. Tus relatos eran lo más. Una mezcla de surrealismo y existencialismo maximalista, o sea, un caos de relatos en los que igual podías asesinar a un gánster como tomarte un té en la luna. Y con ellos disfrutábamos muchísimo. Y tú siempre con tus calores, con tus mangas cortas. Me acuerdo un día que te dije, cuando te vea con una chaquetilla, sabré que no estás bien. Hasta en febrero, te gustaba abrir la ventana para que entrara el fresquico. Jajaja y todos congelados que estábamos. Pero tú tenías tanta energía dentro que la irradiabas por todos lados.

Pronto tuvimos pequeñas intimidades de amigos de a dos: yo te regalé un ojo turco, adalid del buen carma y la buena suerte, y tú una pulsera con un trébol y un pez a la que me aferré en muchísimos momentos de dificultad en mi trabajo allá por tierras de Bangladesh o de Pakistán. Nos empezamos a saludar con el saludo de los trekiies (Star Trek) y algunos nos preguntaban que eso qué era. Y entonces se te ocurrió llamarme Franchino, y a mí me hacía mucha gracia.

En alguna ocasión te pasaste un pelín, querida. Recuerdo el libro que me recomendaste, The longliness of the long distance runner. Mareeeeee qué densidad, en inglés, tenía que releer las líneas tres y cuatro veces. Me dio una ducha de realidad con mi English. Jaja me hubiera gustado verte la cara cuando me quejaba de todo esto, porque lo comentábamos en la distancia.

Y cómo no, las fiestas, las celebraciones de fin de curso, las cenitas veraniegas, siempre eras el alma de la fiesta, te encantaba animar, bailar, divertir y surrealismar.

Fuiste la primera loquita que aceptó mi propuesta para participar en mi proyecto de entrevistas y te convertiste así, en la Primera Escritora Singular. Un orgullo tenerte como la piedra fundacional de ese proyecto que sigue en activo dos años después.

Ahora nos duelen los rincones del alma, porque no podemos agudizar la ironía contigo. Ni tampoco chascarrillear sobre esto y aquello, con ese punto de surrealismo que siempre tenían nuestras conversaciones. Nos falta tu energía, la que nos transmitías a todos, nos duele tu silencio, y nos depila el corazón saber que esta vez sí, ésta, has comenzado un viaje a uno de esos extremos a los que alguna vez te ibas momentáneamente, pero sabemos que ahora es un para siempre.

Cuando pienso en ello, y me despido mirándote, se me forma una sonrisa, casi sin yo quererlo, porque estoy seguro de que allí donde llegues, con quienes convivas, serán tan afortunados por tenerte como lo hemos sido nosotros y les llenarás de sonrisas y buen rollo.


Y lo único que le pido al Dios en el que no creo es que un poco, sólo un poquito de esas sonrisas, nos las envíes aquí, a Benicàssim, para que mitiguemos esa orfandad física en la que nos has dejado aunque tú, Mabel, tu cariño y tu energía continuarán abrigándonos siempre.
Franchino


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