Recuerdo
nuestra primera conversación en la “rebequizada” cafetería Rebeca, donde
acudíamos después de las clases a compartir una cerveza y mil comentarios. En
aquella primera conversación, dándonos más tiempo y cercanía, propusiste que organizáramos
un grupo para concursar en Boom. Recuerdo que estábamos en ello tú, Ana, no
estaba claro si Paco o Alberto y yo. Parecía algo descabellado, ¿de qué
sabríamos cada uno de nosotros para completar un buen equipo? Aquel fue el
punto de partida en nuestra amistad. Yo me dije aquella noche, esta Mabel es
una mezcla de surrealismo, simpatía y autenticidad. Y pude, con el avance del
curso, comprobar que no me había equivocado.
Luego las
clases fueron transcurriendo (madre, un gerundio compuesto, Pedro no lo
escuches) y pude descubrir y disfrutar muchos más talentos de tu genialidad.
Por momentos eras desternillante, en otros muy ácida. A veces te pillabas un
cabreo por casi nada y lo llevabas al límite pero resultaba estimulante ver
como volvías de aquel punto al que te habías alejado sola. Tus relatos eran lo
más. Una mezcla de surrealismo y existencialismo maximalista, o sea, un caos de
relatos en los que igual podías asesinar a un gánster como tomarte un té en la
luna. Y con ellos disfrutábamos muchísimo. Y tú siempre con tus calores, con
tus mangas cortas. Me acuerdo un día que te dije, cuando te vea con una
chaquetilla, sabré que no estás bien. Hasta en febrero, te gustaba abrir la
ventana para que entrara el fresquico. Jajaja y todos congelados que estábamos.
Pero tú tenías tanta energía dentro que la irradiabas por todos lados.
Pronto
tuvimos pequeñas intimidades de amigos de a dos: yo te regalé un ojo turco,
adalid del buen carma y la buena suerte, y tú una pulsera con un trébol y un
pez a la que me aferré en muchísimos momentos de dificultad en mi trabajo allá
por tierras de Bangladesh o de Pakistán. Nos empezamos a saludar con el saludo
de los trekiies (Star Trek) y algunos nos preguntaban que eso qué era. Y
entonces se te ocurrió llamarme Franchino, y a mí me hacía mucha gracia.
En alguna
ocasión te pasaste un pelín, querida. Recuerdo el libro que me
recomendaste, The longliness of the long distance runner. Mareeeeee qué densidad, en inglés,
tenía que releer las líneas tres y cuatro veces. Me dio una ducha de realidad
con mi English. Jaja me hubiera gustado verte la cara cuando me quejaba de todo
esto, porque lo comentábamos en la distancia.
Y cómo no,
las fiestas, las celebraciones de fin de curso, las cenitas veraniegas, siempre
eras el alma de la fiesta, te encantaba animar, bailar, divertir y
surrealismar.
Fuiste la
primera loquita que aceptó mi propuesta para participar en mi proyecto de
entrevistas y te convertiste así, en la Primera Escritora Singular. Un
orgullo tenerte como la piedra fundacional de ese proyecto que sigue en activo
dos años después.
Ahora nos
duelen los rincones del alma, porque no podemos agudizar la ironía contigo. Ni
tampoco chascarrillear sobre esto y aquello, con ese punto de surrealismo que
siempre tenían nuestras conversaciones. Nos falta tu energía, la que nos
transmitías a todos, nos duele tu silencio, y nos depila el corazón saber que
esta vez sí, ésta, has comenzado un viaje a uno de esos extremos a los que
alguna vez te ibas momentáneamente, pero sabemos que ahora es un para siempre.
Cuando
pienso en ello, y me despido mirándote, se me forma una sonrisa, casi sin yo
quererlo, porque estoy seguro de que allí donde llegues, con quienes convivas,
serán tan afortunados por tenerte como lo hemos sido nosotros y les llenarás de
sonrisas y buen rollo.
Y lo único
que le pido al Dios en el que no creo es que un poco, sólo un poquito de esas
sonrisas, nos las envíes aquí, a Benicàssim, para que mitiguemos esa orfandad
física en la que nos has dejado aunque tú, Mabel, tu cariño y tu energía
continuarán abrigándonos siempre.
Franchino
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