Llegué a
Benicàssim por accidente. Un amigo de la facultad nos recomendó a mi novia y a
mí venir a pasar una Semana Santa en 1992. Casi no sabíamos ni cómo se venía a
Castellón. Pero aún sin GPS, llegamos. Nos alojamos en el Orange, peazo de hotel y nos tumbábamos durante
horas en la playa porque en esa época, los que éramos del interior, de
Zaragoza, cuando veníamos a la playa era para ponernos a la parrilla, vuelta y
vuelta. El paseo marítimo estaba en construcción y mucho antes de llegar a la
curva ya no existía, se convertía en una sucesión de rocas y mala playa que,
paseándolo de noche nos daba un poco de miedo.
También
caminamos por la Gran Avenida hacia el otro lado, hasta que llegamos a una
especie de puente que nos pareció un poco fantasmagórico. Era el Puente de
Hierro que luego versioneó el grupo de Benicàssim Arte Pop, y es que en esa
época el tren pasaba por Benicàssim y tenía una estación con gente y todo…
Tenemos
nuestra fotito en la fuente que hay en frente de la iglesia, posando en la
subida del ayuntamiento o tomándonos algo en la plaza de los Dolores.
Pasamos tres
días de pasión (éramos novios) pero el pueblo no nos resultó especialmente
interesante y regresamos a Zaragoza.
Pero la
semilla benicense ya se había instalado en nuestro interior y muchos años
después, por mil avatares de la vida mi primera entrevista de trabajo,
realizada en Zaragoza, quiso traerme aquí, a esta tierra que acoge a tantos
maños. Y entonces empecé a trabajar en San Juan de Moró y vine a vivir aquí, a
Benicàssim, donde arrastré a la misma novia de aquella escapada que es hoy mi
mujer, y donde establecimos nuestra familia hace ya veintidós años.
Y hoy me
siento un benicense de pro. Muchas veces cuando me preguntan ya digo que soy de
Benicàssim porque ya casi llevo más vida vivida aquí que en Zaragoza y aunque
la sangre mañan es mucha sangre, la vida en Benicàssim es para mí perfecta.
Adoro este lugar y creo que nunca lo cambiaré.
Viva
Benicàssim!
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