sábado, 29 de junio de 2019

Cualquier tiempo pasado fue peor

— ¿Las siglas eran LGBT, LBTG o cómo? —Preguntó Alberto a su abuelo Pablo.
—Creo recordar que eran por este orden: lesbianas, gais, bisexuales y al final transexuales—respondió él.
— ¿Estás convencido de que este tema es el mejor que podías haber elegido? Al fin y al cabo la mayoría de los estudiantes no van a saber de qué hablas.
—Créeme, quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo, y eso no debemos permitirlo —sentenció.
Alberto terminó de revisar el texto que había escrito su abuelo Pablo para la conferencia que daría el lunes siguiente en el Instituto Goya de Zaragoza, donde estudió siendo adolescente. Se cumplía el bicentenario de su fundación y había sido invitado para dar una charla a los jóvenes de secundaria aquel curso de 2045.
Su carrera de escritor, sociólogo y político le había proporcionado importantes éxitos en el mundo editorial, entre las organizaciones de lucha por la igualdad y la consecución de derechos en el colectivo LGBT y llegó a entrar en política para poder defender sus propuestas en un marco legal.
Los ochenta y sus excesos conformaron la base necesaria para dar a conocer la lucha. El fin del siglo XX aumentó la aceptación por parte de la ciudadanía pero continuó hablándose del movimiento como algo marginal.
Pablo comprendió que su batalla estaba mal enfocada. En muchas ocasiones era criticado incluso por los suyos, que le reprochaban que no aceptase llevar a cabo medidas más radicales de acción pública y, sobre todo, que no fuese él mismo homosexual, pero su meta fue siempre la normalización.
El siglo XXI y las nuevas generaciones trajeron los mejores años del colectivo LGBT. La homosexualidad se aceptaba, dejó de ser considerada una enfermedad, se expandió la culturagay friendly, y la política avanzó en paralelo a la sociedad. Un tal Rodríguez Zapatero, allá por el lejano 2005 fue el adalid de ciertos logros históricos, como la aprobación del matrimonio homosexual que ningún gobierno posterior se atrevió a derogar.
Pero el hecho de tener una ley que defendiese ciertos derechos frente a una gran mayoría que no necesitaba de ella para defender los suyos seguía siendo discriminatorio.
Comenzó entonces una política suicida. Empezó a defender que el colectivo LGBT debería extinguirse. Sólo cuando ello ocurriese podrían afirmar que el proceso de normalización había terminado. Sus colegas lo criticaron y lo desautorizaron y le acusaron de haber adoptado una mirada “heterosexual”, como si semejante concepto pudiera existir. Sin embargo él no cejó en su empeño, convencido de que era el único camino.
Criticó cuantas veces pudo las declaraciones de homosexuales y lesbianas dedicados también a la política o presentes en la vida pública, tan pronto hacían mención a que lo eran y con el arma de las redes sociales tras 2010, su popularidad creció de forma sustancial y llegó a convertirse en un fenómeno viral.
En la segunda década del siglo XXI sus propuestas se aceptaron de forma normal hasta tal punto que el número de afiliados al colectivo LGBT se redujo a algo testimonial. La sociedad evolucionó y el colectivo se diluyó en aquella normalización tan buscada.
Cuando le llegó la propuesta del director del Instituto Goya para hablar sobre un pasaje de la historia reciente, no supo decidir sobre qué tema versaría su conferencia. Sin embargo, charlando una tarde con su nieto Alberto sobre el novio de éste, y viendo que nunca había escuchado nada llamado LGBT, tomó la decisión.
Su nieto le colocó en la mesa el documento editado y finalizado que comenzaba con una frase demoledora:

CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE PEOR


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