Fue allí donde Jacobo lo vio por primera vez. Llegó en aquel
vapor que traía a Washington Irving y su mirada quedó grabada en su retina,
profunda e intensa. Era el ayudante de cámara y supo que se había enamorado al
instante.
No podía confesarle su atracción por él, por su cuerpo de
deseo y lujuria, porque hacerlo supondría condenarle a la pena máxima ya que el
rey no permitiría el amor contra natura entre dos hombres. ¿Cómo se lo haría
saber entonces?
Cayó la noche y estuvo seguro de que no podría amanecer sin
entregarse a él. Imaginó que durante la madrugada podría acercarse a su tienda
y se introduciría en su cama y lo abrazaría con pasión. Creía y ansiaba que él
le correspondería y por ello se armó de valor y se dirigió hacia allí. Lo vio
dormido, desnudo, terso y fibrado y cuando sintió su calor al abrazarlo por
detrás, él se despertó y lo besó intensamente.
Pero un guardia los descubrió y dio la voz de alarma.
La guardia los cogió presos y fueron condenados a muerte
aquella misma noche.
Pero cuando se iba a consumar la sentencia, alguien gritó
¡ALTO! Y cuando todo se detuvo, el amante de mirada intensa dejó caer sus ropas
y quedó completamente desnudo, evidenciando un cuerpo perfecto de mujer con
pechos pequeñitos y preciosos, casi planos que habían sido ya acariciados por
Jacobo.
El rey se levantó y pronunció por primera vez una contra
sentencia, permitiendo a los dos amantes vivir juntos por siempre.
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