Me resulta difícil expresar todos los matices que he
experimentado al leer Las campanas no son sólo para las iglesias,
la fantástica novela de Yolanda Quiralte. Cuando la compré, a pesar de que no
soy muy de novela romántica y me parecía que esta lo sería, confluyeron varias
razones: Por un lado las ganas que tenía de leer ya algo de esta escritora, su
título más que sugerente y los comentarios que había recibido de varios amigos
recomendándola. O sea, esos elementos que tanto buscamos los escritores: el
boca-oreja, un buen título o portada y la búsqueda de una historia diferente.
Y tengo que decir que ha superado con “muchas creces” todas
mis expectativas. Lo leí de principio a fin, de un tirón en uno de los dos
vuelos de regreso de Yakarta. Iba yo sentado en el asiento del pasillo partido
de la risa, llorando incluso sin poder aguantarme, doblando la postura y el
pobre señor que tenía al lado me miraba con cara de pensar que yo estaba
mochales. Jajaja, cuando lo recuerdo tengo que volver a reírme.
Porque es que
no es normal lo que me he reído leyéndola, es verdaderamente hilarante y
graciosa la forma en que Diana, su protagonista, reflexiona o más bien habla
consigo misma, se pregunta, se responde y critica y hasta se advierte. Muy
divertida. Es un placer acompañarla en sus andanzas y reflexiones sobre su
jefe, apodado Conan y su grupo de amigos que destilan la idiosincrasia de una
escena de cualquier ciudad cercana, nuestra, un poco a lo Friends, pero de
aquí.
Pero no todo es risa en la novela. Su autora te lleva a
transitar por otros sentimientos, te apena, te emociona y entristece en
momentos y por encima de ellos consigue que siempre comprendas a Diana.
Yolanda Quiralte ha sido para mí un descubrimiento. Desde
aquí te digo, Yolanda, que tienes un fan incondicional. Ahora creo que voy a ir
a por Mauro. Ya te contaré…
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