La isla de las culebras comenzaba con las promesas de
tener entre mis manos una gran novela, recibidas de amigos que ya la habían
leído, y ello me animó a comenzarla un fin de semana largo, con la intención de
leerla de un tirón.
Dejando aparte la cuidada edición (sello de La
pajarita roja editores) y bonita portada que era algo más que también
me animó a leerla, su lectura ha resultado sorprendente.
No soy muy amante de las historias que transcurren entre
fragatas, veleros y ataques navales, (el único freno que tenía a priori para su
lectura) y eso que me apasiona el mar, pero la lectura del prefacio lo
desbloqueó por completo.
Miguel Torija desgrana una historia en la que el destino
se empecina con su protagonista, cargado de razones para que se le tuerza y,
para el que sin embargo, poco tiene que hacer como protagonista principal de su
vida.
La trama, narrada en un presente del pasado, te
acompaña. La poca presencia de diálogo no impide que el ritmo de lectura sea
ágil, los personajes, incidentales, pueden olvidarse a medida que se avanza,
porque lo fundamental es Martín, él y sus circunstancias, sus desgracias y a la
vez su honor, en ocasiones difíciles de defender.
Hay momentos gloriosos, como la competición de jadeos y
es de agradecer la cantidad de vocablos que pueden aprenderse con su lectura.
Sorprende la ausencia de localización concreta, y el
excesivo protagonismo del título, lugar central donde transcurre la novela y
que bien podría haber sido más transcurrido.
Pero la novela es rápida, capítulos cortos que te animan
a comenzar el siguiente para ver las desdichas y sinsabores de Martín.
Lo más sorprendente es su epitafio final, desestructurado
y a la vez catalizador de la comprensión del todo, de La isla de las culebras,
de una historia donde el amor ha podido con el destino y en la que, tras su
final, nos quedamos con ese gusto por lo breve si bueno dos veces bueno, o era
al revés…, esto ya lo dejo para los eruditos literatos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aguardo tus comentarios: