La sinfonía del tiempo me ha maravillado por varias
razones: La primera es el viaje al desconocido (para mí) final del siglo XIX en
España. La mayor parte de la trama transcurre entre 1883 y 1914, un período
convulso en el que sucedió la guerra de Cuba, en la que la perdimos como
colonia española. Fue también la posguerra de la última Guerra Carlista, una
etapa muy agitada en el ámbito político. Supuso el comienzo del final de las
colonizaciones europeas, el comienzo del declive del imperio británico, la
construcción de la Tour Eiffel para la Exposición universal y el comienzo del
desarrollo del tren y los medios de locomoción. Como digo, un período muy
desconocido para mí de la historia que se me ha revelado muy interesante
gracias a esta novela.
Pero la trama de La sinfonía del tiempo es mucho más
compleja. Nos lleva desde Londres a Altzuri, pasando por París, Cuba, África o
Bilbao. Aparecen los barcos que traficaban con esclavos, el mundo de la pintura
impresionista, el comienzo de la técnica fotográfica, los misterios sobre los
viajes en el tiempo, que es realmente el gran misterio de esta novela, las
villas decimonónicas cargadas de rincones misteriosos y de historias no
contadas. La pasión, el amor incondicional, el pasado que vuelve, el pasado no
contado.
Hay también un elemento que a mí me gusta mucho en los
libros, las cartas. Cartas que se envían y se leen como llave para explicar
ciertos aspectos de la historia.
Álvaro Arbina me parece un escritor capaz,
lleno de tesón y de perseverancia en tejer y retorcer una trama con múltiples ramificaciones
que evoluciona en todo momento, que viaja en el tiempo y en el espacio, que
trasciende las emociones y que te sumerge en una época muy interesante y te abstrae
por completo del mundo actual.
Mi enhorabuena. La lectura de La sinfonía del tiempo
ha supuesto una cápsula de aislamiento de los problemas y las vicisitudes
actuales. Una burbuja de escape, como si yo mismo me hubiese convertido en un personaje
de su novela.
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