viernes, 23 de abril de 2021

Trigo limpio - mi crónica de lectura

¿Alguna vez os ha pasado que cuando termináis de leer una novela un escalofrío os recorre la espalda y os paraliza la respiración? Es un síntoma incontrovertible de que el disfrute ha sido máximo, de que una aventura acaba de terminar.

Es lo que me ha sucedido con la novela de Juan Manuel Gil, titulada Trigo limpio. En ella, el autor nos plantea un inteligente diálogo y búsqueda entre los dos protagonistas de la misma, Simón y su amigo, así como una interacción exterior entre el propio escritor y el lector, en el sentido de las argumentaciones y explicaciones que nos ofrece sobre cómo debería construir y elaborar una buena novela, cuál debería ser el punto de vista narrativo, la creación de la tensión narrativa o la estructuración del ritmo de la misma. Se trata de un ejercicio complejo de metaliteratura, combinada con una historia que nos lleva al pasado y al análisis de cómo recordamos las cosas, cómo nuestra memoria infantil puede distorsionar o modificar lo que vivimos nosotros y nuestro entorno.

Juan Manuel nos invita a creer una parte de la historia, a entenderla como lógica y cargada de razón, cuando describe los acontecimientos y descubrimientos que van sucediéndose sobre la vida de Simón.

Es la vuelta a esos recuerdos de infancia, quizá, la parte de la novela que más ha conseguido engancharme a ella, que me ha retrotraído a los setenta (en mi caso), a la libertad absoluta que disfrutábamos cuando jugábamos en la calle y al reverencial respeto que teníamos a nuestros padres, que nos podían castigar sin medida cuando hacíamos trastadas. Una prosa magistral, una descripción muy auténtica de una forma de vivir, sin la artificiosidad ni el postureo actual.

Pero Trigo limpio tiene mucho más todavía. Tiene una investigación, tiene curiosidad, intriga por descubrir esos pasadizos que no sabemos casi hasta el final si son reales o metafóricos, por intentar entender la doble estructura de la narración y, sobre todo, por desear conocer en dónde desemboca la relación entre Simón y su amigo y su reencuentro tantos años después.

He devorado la novela en apenas tres días. La interpelación al lector es muy eficaz y ha conseguido que mi vista estuviera pegada a sus líneas sin parar. He sentido ternura, comprensión, he sonreído y me he indignado, para finalmente comprender. Un carrusel de sensaciones que conforman, en definitiva, lo que le pedimos a una buena lectura y yo, desde luego con Trigo limpio, lo he encontrado.

Me declaro desde ya fan incondicional de Juan Manuel Gil.

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