Es lo que me ha sucedido con la novela de Juan Manuel
Gil, titulada Trigo limpio. En ella, el autor nos plantea un
inteligente diálogo y búsqueda entre los dos protagonistas de la misma, Simón y
su amigo, así como una interacción exterior entre el propio escritor y el
lector, en el sentido de las argumentaciones y explicaciones que nos ofrece
sobre cómo debería construir y elaborar una buena novela, cuál debería ser el
punto de vista narrativo, la creación de la tensión narrativa o la
estructuración del ritmo de la misma. Se trata de un ejercicio complejo de
metaliteratura, combinada con una historia que nos lleva al pasado y al
análisis de cómo recordamos las cosas, cómo nuestra memoria infantil puede
distorsionar o modificar lo que vivimos nosotros y nuestro entorno.
Juan Manuel nos invita a creer una parte de la
historia, a entenderla como lógica y cargada de razón, cuando describe los
acontecimientos y descubrimientos que van sucediéndose sobre la vida de Simón.
Es la vuelta a esos recuerdos de infancia, quizá, la parte
de la novela que más ha conseguido engancharme a ella, que me ha retrotraído a
los setenta (en mi caso), a la libertad absoluta que disfrutábamos cuando
jugábamos en la calle y al reverencial respeto que teníamos a nuestros padres,
que nos podían castigar sin medida cuando hacíamos trastadas. Una prosa
magistral, una descripción muy auténtica de una forma de vivir, sin la
artificiosidad ni el postureo actual.
Pero Trigo limpio tiene mucho más todavía.
Tiene una investigación, tiene curiosidad, intriga por descubrir esos pasadizos
que no sabemos casi hasta el final si son reales o metafóricos, por intentar
entender la doble estructura de la narración y, sobre todo, por desear conocer en
dónde desemboca la relación entre Simón y su amigo y su reencuentro tantos años
después.
He devorado la novela en apenas tres días. La interpelación
al lector es muy eficaz y ha conseguido que mi vista estuviera pegada a sus
líneas sin parar. He sentido ternura, comprensión, he sonreído y me he
indignado, para finalmente comprender. Un carrusel de sensaciones que conforman,
en definitiva, lo que le pedimos a una buena lectura y yo, desde luego con Trigo
limpio, lo he encontrado.
Me declaro desde ya fan incondicional de Juan Manuel Gil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aguardo tus comentarios: