No es la primera vez que manifiesto mi claro escepticismo
por esta Unión Europea en la que vivimos. No porque no crea que la idea de una
Unión de países europeos sea una buena idea, sino por la forma y estructura en
la que se ha conformado la actual.
Más allá de una supuesta y artificial unidad que cuando
viajas por el mundo puedes constatar que es objeto de comentario, aludiendo en
países de Asia por ejemplo, a lo bien que estamos en Europa porque todos los
países somos muy parecidos, las diferencias fundamentales de esta UE son claras.
La principal, a mi modo ver: la armonización fiscal.
Vivimos en una unión aduanera en la que hay libertad de
movimiento de personas, capitales y bienes, tenemos una moneda única (algunos
miembros) y alguna otra estructura supranacional que determina ciertas políticas
económicas y sociales, como el Parlamento Europeo y la Comisión Europea. Y más
allá de toda esa hiperestructura, hay un montón de huecos y resquicios en los
que cada país se refugia a su propia conveniencia.
Lo hemos visto descarnadamente en esta negociación en la que
países con poco peso poblacional como Holanda (algo más de 17 millones frente a
los más de 500 de toda la Unión Europea) ha puesto en un brete el acuerdo
global de los 27 contraviniendo a la todopoderosa Alemania. Así es, Mark Rutte,
presidente holandés (que le vino a decir a Sánchez que para solucionar sus problemas
de COVID lo mejor era que “se buscara la vida en su país” y no fuera a pedir
dinero a Europa) ha encabezado la ofensiva de los “cuatro frugales” países que
se han opuesto a la emisión de eurobonos para paliar las consecuencias de la
pandemia en países del sur, como España o Italia.
Es complejo analizar todos los entresijos de una negociación
como la que ha ocurrido en Bruselas esta semana pues ha habido relaciones
multilaterales a todos los niveles: Unos países exigían reducir su contribución
a los fondos de la Unión Europea para apoyar la propuesta (o sea, yo te apoyo
pero quiero pagar menos a la Unión, lo cual querrá decir que otros tendrán que pagar
más), o sea qué hay de lo mío (sin importar los miles de muertos que la COVID
ha originado en otros lugares. Esa es la solidaridad europea: Yo primero me
preocupo de mí mismo y luego los demás que arreen. Y si para ayudar a otro puedo
sacarme unas perrillas, pues eso que me llevo. Tremendo.
Un tipo que apoya y defiende tipos impositivos inferiores al
5 % para las grandes empresas (haciendo competencia desleal al resto de la
Unión Europea, exceptuando otros casos inimaginables como Irlanda (de donde ha
salido su presidente nada menos) o Luxemburgo, ha estado batallando y plantando
cara al 80% del PIB europeo, el que suman Alemania, Francia, Italia y España. Y
se ha quedado tan ancho. Los cuatro frugales se ahorrarán 27000 millones, la
mitad de los cuales son el ahorro de Holanda.
Es este tipo de dinámicas las que me hacen ser un claro
euroescéptico. Porque la diversidad mental es tan enorme que jamás podremos
armonizar una Unión Europea justa.
Si una pandemia como ha sido la COVID, que ha afectado a
todos los países (y a todos los países del mundo) no es motivo suficiente para
demostrar la solidaridad necesaria, para trabajar en grupo y plantear un
objetivo común: Terminar con la pandemia y reconstruir Europa en el siglo XXI,
no imagino cuál podrá ser el motivo que lo logre.
Esta semana hemos visto que cada uno cuida de su hacienda. Unos
piden descuento en su contribución, otros piden más control sobre los “vagos y
holgazanes del sur”, otros actúan mirando únicamente sus próximas elecciones y
decidiendo qué es lo que más les conviene y los más necesitados, los más
atacados por la pandemia hemos pedido solidaridad y compromiso sin recibirlo
por completo de los 27. Por supuesto, el acuerdo final es bueno, llegará un
montón de dinero pero vendrán las restricciones y los controles sobre qué
hacemos con el dinero, para qué y por qué, ingiriendo en nuestra política desde
ciudades alejadísimas de España y exigiendo que hagamos no sé qué que ha
decidido un burócrata en Bruselas. Pero a esto ya estamos acostumbrados en esta
Unión Europea desigual, insolidaria y artificial.
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