Estimado Juan Carlos
Sirva la presente para informarle de la enorme decepción que
me he llevado al leer las noticias de esta semana con respecto a su persona y a
su pasado. Usted, que siempre se había caracterizado por su sobriedad, su serenidad
en los discursos y su templanza en las reuniones internacionales, que había
sido considerado hasta hace nada como uno de los pilares en los que se sustentó
la nueva democracia, y que concitaba halagos y admiración no sólo entre sus
fieles monárquicos sino también entre muchas filas de republicanos convencidos.
Aunque hubiese sido designado a dedo por el dictador, enseguida
se le concedió la gracia de la credibilidad y de la limpieza moral y
democrática, con especial relevancia un famoso veintitrés de febrero de cierto
año en el que las viejas voces quisieron alzarse, sin éxito, claro está.
Algunos dijeron que fue usted el auténtico instigador de aquello, para así, una
vez solventado, aumentar y mejorar su aura de Rey de España, por la gloria de
Dios. No sé si es cierto, pero estoy seguro de que desde aquel día en
particular usted fue elevado a los altares de la inviolabilidad, la inimputabilidad
y (casi diría) infalibilidad, acercándose al Papa de Roma. Todo lo que usted ha
hecho y ha decidido se ha acatado siempre sin contraindicación de ningún tipo.
Sus acciones eran siempre calificadas como honorables y loables por el bien de
España, por la promoción de sus empresarios (que convenientemente le hacían
regalos lujosos) y por la salvación de la imagen de nuestro país.
Y todos, entre los que me incluyo, veíamos en usted y su
figura una cierta “gracia”. Sí, somos republicanos, pero su presencia no nos
incomodaba. Era como una pequeña molestia que se tiene en la espalda, pero con
la que se convive gratamente, máxime cuando todos los medios de comunicación,
sin excepción, le loaban y admiraban in perpetua perpetuoris.
Usted se convirtió en algo brillante, dorado, perfecto,
necesario e incuestionable.
Y siempre que se llega a tal estado de perfección, las
grietas tardan poco en aparecer. Ha sucedido con todos los que han llegado al
poder máximo y se han perpetuado en él. Tenemos ejemplos múltiples en España,
lamentablemente, muchos coetáneos suyos como por ejemplo Pujol, del que todos
en Cataluña (todos los medios me refiero) decían saber que robaba a espuertas,
que lo hizo durante treinta años, pero nadie jamás lo denunció ni ahondó en
ningún sitio para denunciarlo. Sorprendente. Y lamentable, claro.
Ahora la fiscalía suiza parece haber abierto su melón. Madre
mía, el país más corrupto de Europa, Suiza, con su sistema bancario opaco, ha
llegado a investigarle, y eso me hace pensar que lo de Pujol se queda a la
altura del betún, frente a todo lo que usted ha acumulado.
Eso de sacar cien mil euros en billetitos todos los meses
durante años de sus cuentas Suizas, las herencias del pasado no declaradas, los
maletines con dinero “cash” (como dirían ahora los auténticos) que traía en sus
vuelos del Golfo, los regalos millonarios, el oro acumulado, las cuentas off
shore, las propiedades inmobiliarias millonarias, los affaires amorosos con
supuestas mediadoras en negociaciones y sus continuos viajes y camaradería con
la monarquía más corrupta del planeta, la saudí, no parecen indicar que su vida
y su moral hayan sido precisamente limpias. No sé, igual es que me lo parece
solo a mí y estoy equivocado, todo puede ser. Hasta entendemos ahora al naif de
Urdangarín, pobrecico mío por unos milloncejos de nada se ha comido todo el
marrón él.
No quiero pensar cuánta gente estaba al corriente de tanta
corruptela en Zarzuela. Aún a día de hoy Sofía muestra una imagen de rectitud,
pero ¿es posible que nada de nada supiera? ¿durante 30 años? ¿no se hacía
preguntas de dónde salía tanto lujo?
Pero quiero darle las gracias. No las gracias por lo que ha
hecho por España, de eso ya se encargan sus palmeros. Las gracias por todo lo
que ha hecho por la República. Sí, porque los monárquicos blandengues como yo,
a los que no nos parecía mal que usted viviese a cuerpo de Rey nos hemos dado
cuenta de cuán equivocados estábamos y muchos de los monárquicos que todavía
quedan y siguen teniendo uso de razón se habrán dado cuenta de que un Rey
inviolable y hereditario no es propio de una democracia madura en el siglo XXI.
Solo le queda una cosa por hacer, si es que aún le queda
dignidad. Váyase, JuanCar, váyase y desaparezca para que, ahora sí, su imagen
no perjudique a la de España que en los tiempos que vivimos sería ya lo que nos
faltaría.
Hmmm... entiendo que el autor no firme. Aún puede ir a parar a la Audiencia Nacional por ello.
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