Hace calor, es lo propio del mes en que estamos y me gusta.
Soy mucho más de calor que de frío. Soy friolero, y eso que soy aragonés… La
vida en verano adquiere tintes de normalidad, de riqueza. Llena nuestras almas
con vida a raudales. Nuestra casa se convierte en un ser vivo que recibe y
despide a gente, de forma líquida, orgánica. Abre sus puertas a nuestros
visitantes, a la familia y los amigos. Unos vienen, otros se quedan, y otros
tantos se van. Pero todos dejan algo de sí mismos en ella. Son días de piscina,
de hacer comidas en grupo y disfrutar de la charla, de bebidas fresquitas, de
lecturas a la sombra y helados de leche. Los atardeceres se visten de música y
el FIB nos ameniza con sonidos que vienen y van en función del viento. Pero
podemos escuchar a Lana del Rey o a cualquier grupo inglés que haya venido a
esta edición.
Los niños han crecido, Izan ya sale con sus amigos y comienza una
vida que cada vez es más independiente y Adrián sigue con nosotros, con esa
pátina de inocencia que alterna con momentos de extrema brillantez y que nos deja
siempre sin palabras. Julio llega a menudo cargado de trabajo, horas y horas de
lidiar con clientes, ofertas, reclamaciones, propuestas, viajes, y mil otros
requerimientos pero los fines de semana el brillo de los días se torna de
colores y afrontamos las horas con absoluta libertad, en la playa, relajados,
escuchando el mar, caminando muy temprano por la mañana o tomando el vermut en
una terraza abarrotada.
La vida es, tal cual, saludada por gente de vacaciones,
fiberos adolescentes, familias residentes, solteros bronceados y parejas
enamoradas. Y Laura está a mi lado, leyendo un libro que también habla sobre la
vida, ¡qué casualidad! Será por la vida de julio, esa que vivimos los dos tan
intensa y tan feliz. Ojalá pudiéramos detener el momento y nuestra vida no
cambiara nunca. Bueno, un poquito sí que tendría que cambiar, que si no nos
aburriríamos, pero así, una temporada, estamos muy bien. Yo estoy al lado de
Laura, en otra hamaca y voy a empezar a leer a Rosario, sí, Rosario Raro y su
última novela, Desaparecida en Siboney.
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