Siempre que
llegan unas elecciones al parlamento europeo, un euroescéptico como yo se
plantea si debe ir a votar y sobre todo a quién. Y es que en mi opinión estamos
viviendo en una Unión Europea artificial. Hemos conseguido libertad de
personas, capitales y bienes entre los países miembros, sí. En algunos países
compartimos también la moneda, el euro, ese que apenas cuenta en el resto del
mundo frente al billete verde estadounidense. ¿Y qué más? Ya sabemos que en
Bruselas se deciden ciertas políticas generales que luego se transponen en cada
país según el criterio de cada gobierno, que muchas de las regulaciones que se
deciden son “recomendaciones” y otras “imposiciones”. O sea, vivimos la contradicción
de que la Unión Europea nos impone ciertas medidas de control fiscal como la
reducción del déficit o el nivel de gasto o restricciones en la cantidad de
bienes que podemos cultivar o explotar, como la producción de trigo o leche,
estableciendo incluso multas si nos excedemos de la cuota asignada y por otro
lado, otras muchas leyes que serían de obligado cumplimiento se aprueban como
meras recomendaciones que en muchos casos, intuyo, no se llevan a cabo.
Creo que hay
grandes errores de base en esta Unión Europea que hasta que no se subsanen nos
seguirán dejando como la Europa acomplejada y sin peso en la geopolítica
mundial que somos.
Lo primero
es aunar una única política fiscal y monetaria. No puede ser que haya
territorios dentro de la Unión que tengan tasas impositivas preferenciales
frente a otras y ello haga que las grandes corporaciones establezcan allí sus
sedes. No debería ser más beneficioso establecerse en Irlanda o en Luxemburgo
que hacerlo en España o Italia. El Banco central europeo es un arma de doble
filo. Elimina cualquier posibilidad de ajuste a los países miembros en el valor
de la moneda (no permitiéndonos competir en igualdad de condiciones con los
grandes bancos centrales estadounidenses, británicos o japoneses, no te digo
nada ya contra la política china…). Por otro lado establece ayudas de compra de
deuda soberana (una burbuja que tarde o temprano explotará) en función de
criterios inverosímiles y juega con el valor de los tipos de interés
acomplejada frente a otras economías mundiales, con la excusa de que somos una
sociedad democrática y desarrollada que respeta los derechos humanos y el
trabajo de calidad. Los grandes valores refugio como el oro o el petróleo
cotizan en dólares y el patrón de cambio en muchos países africanos o asiáticos
es el dólar.
Siento decir
que lo queramos o no vivimos en una economía global, nuestras empresas han de
competir con otras que fabrican en China o Bangladesh donde los salarios pueden
llegar a ser de 30 dólares al mes, donde se trabajan 16 horas diarias o donde
la esclavitud es casi un hecho. Este tema, el de la globalización es otro en el
que Europa tiene enormes complejos. Permite el libre comercio de multitud de
productos fabricados en Asia, sin apenas controles o sin especial interés por
las condiciones en que se han fabricado aunque luego se nos hincha el pecho
defendiendo la estabilidad y calidad de nuestro sistema de trabajo.
Pero todavía
me parece más difícil de salvar el guirigay interno y las enormes diferencias
(insalvables, creo yo) que se dan entre los países miembros.
Pongo un
simple ejemplo. En una misma empresa trabajaban un alemán y un español. El
horario de finalización de la jornada de trabajo era las cinco de la tarde. El
alemán se iba siempre, categórica y sistemáticamente a las cinco en punto porque
interpretaba que si se quedaba más rato, representaba que no había sido capaz
de realizar su trabajo de forma eficiente durante las horas de la jornada
laboral (o sea, le parecía algo negativo). En cambio, el español siempre se
quedaba como mínimo una o dos horas más porque interpretaba que eso
representaba que estaba implicado y que trabajaba con ahínco por la empresa (o
sea, le parecía algo positivo).
No te digo
nada sobre las enormes diferencias que hay en la forma de entender la vida, las
creencias, el valor de la familia, el respeto por los demás, el compromiso
ambiental o la educación. Si comparas lo que opina un señor de Finlandia con
una mujer en el sur de Italia, o un joven francés con una veinteañera croata y
lo unimos a la opinión de un señor de Sevilla con una señora de Palamós… Las
diferencias, en mi opinión, en cuanto a la concepción de valores, son también
enormes entre las dos grandes religiones europeas, Protestantes y Católicos. Y
es que el poder de la culpa que nos han inculcado durante cientos de años ha
hecho tanto daño…
¿Qué peso
tiene Europa en los conflictos de oriente medio por ejemplo, frente al
totalitarismo estadounidense? O frente a las pseudoinvasiones rusas de
territorios que no le corresponden. ¿Cómo se va a defender del nacionalismo
ultracapitalista de Trump? ¿Qué política común va a adoptar Europa en materia
de inmigración? ¿Piensa lo mismo al respecto un político danés que uno italiano
o español que recibe avalanchas de inmigrantes a diario?
En resumen,
mi opinión es que hemos creado un “armazón” europeo sin vísceras, sin corazón
que le dé fuerza como un ente global. Europa tiene múltiples complejos y los
burócratas de Bruselas a quienes les encanta reunirse para decidir que se
volverán a reunir viven en una burbuja endogámica en mi opinión muy alejada de
la realidad de los países miembros.
Y esto me
lleva a mi pregunta final… ¿a quién votar en las próximas elecciones europeas
del 26M? y sobre todo ¿para qué?
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