LA NOCHE DE SAN JUAN
—Pero
¿qué has hecho? ¿Por qué? ¿Por qué?
Y
entonces un grito desgarrador rompió el equilibrio silencioso de la montaña en
aquella noche de San Juan, en la casa de oración que el convento Carmelitano
del Desierto de las Palmas ofrecía en aquel entorno de paz y tranquilidad donde
ellas habían decidido pasarla.
Un
cuerpo semidesnudo yacía sin vida mirando a la luna, apoyado en el muro que
separaba la vivienda del descenso de la montaña y lo convertía en un mirador
singular, rodeado de espiritualidad.
Aún
no había amanecido y la cabeza caía hacia atrás del muro, pero Carla supo de
inmediato que se trataba de Miranda, pues llevaba la camiseta de Bowie que ella
le había regalado por San Valentín el año anterior.
Intentó
correr hacia ella, pero sus piernas le fallaron. Cayó de bruces sobre el
cemento del rellano y, en un segundo, se había dado con la boca en el suelo.
Comenzó a sangrar y tuvo un mareo que la impulsó a vomitar. Consciente de que
algo malo le había pasado a Miranda no pudo aguantar el llanto que brotó y se
mezcló con la saliva que todavía babeaba de su boca tras el vómito y se sintió
morir.
Se
dio un instante para expulsar su desazón y finalmente recuperó la fuerza para
ponerse en pie y acercarse al cuerpo de Miranda.
Y
cuando la observó de cerca gritó como si su alma hubiese alcanzado el purgatorio.
La noche se tornó terrorífica y más fría. Se maldijo por no haber podido evitar
aquel suicidio y por no haber insistido lo suficiente en sus conversaciones de
los últimos días con ella, por no haberla apoyado, quizá, lo suficiente, cuando
las críticas habían sido demoledoras desde todos los medios de comunicación,
cuando las redes sociales se habían cebado con su amor.
Tantas
veces lo intentó y no supo ni qué decirle ni cómo actuar para que Miranda no se
sintiese tan presionada… Y entonces la encontraba allí, bajo la luz de la luna,
fría y sin vida, en un escenario de tristeza y desolación. Carla entendió en
ese instante por qué su amor había insistido tanto en que pasasen el fin de
semana de San Juan en lo alto de aquella montaña. Al principio a ella no le
apetecía demasiado pero finalmente comprendió que lo que necesitaba Miranda era
un poco de retiro, desaparecer del mundo mediático unos días hasta que el fuego
se calmase un poco y aceptó su propuesta.
Cuando
se hubo repuesto de la impresión que le causó ver su cuerpo sin vida, se acercó
para levantarla y abrazarla, y entonces el grito fue todavía más demoledor.
Miranda tenía un cuchillo clavado en el cuello que le había producido un
desgarro y por el que se había desangrado. Le puso los dedos en la yugular y
comprobó que su corazón ya no latía y que su alma había comenzado el tránsito
hacia la luna, que las miraba como un testigo mudo de lo que había sucedido y
del amor incondicional entre ambas.
Carla
no se atrevió a tocar el cuchillo. Acunó el cuerpo de Miranda entre sollozos y
no pudo parar de gritar.
—¿Por
qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
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