Eso, unido a mi dedicación a dibujar la Estación Internacional de Canfranc
ha hecho que cuando comencé a leer El cielo sobre Canfranc, hace unos días, estuviese plenamente situado en el entorno.
Es fácil recibir
el magnetismo que Canfranc tiene para la autora de la novela, Rosario Raro. La
pasión con la que habla del mismo, su defensa a todos los niveles y su
promoción hace casi imposible que esa energía no contagie a sus lectores.
En mi caso así ha
sido desde que en 2013 viajamos, toda la familia, a su presentación en
Canfranc, desde que nos quedamos extasiados frente a la enormidad de la
Estación de tren y desde que nos sumergimos por primera vez en la trama de la
primera novela y descubrimos todo lo que representó para tantos judíos que
pudieron salvar su vida precisamente a su través.
Rosario es una
magnífica narradora de lugares. Su ambientación resulta tan realista, llega tanto
a los más delicados detalles que nos aporta un fiel reflejo de cómo fue la zona
en los años cuarenta.
Pero las novelas
de Rosario Raro tienen siempre una doble lectura (más bien debería decir
múltiples lecturas). Y siempre una de ellas es el trasfondo de denuncia social
de algún hecho acallado por los poderosos de cada momento, por la corrupción
del poder frente a la que el pueblo llano, el que siempre termina sufriendo,
poco puede o ha podido hacer a través de la historia. En El cielo sobre
Canfranc también podemos descubrir ese hecho pernicioso, relacionado con el
terrible incendio del pueblo. ¿Llegaremos a conocer algún día quienes fueron los
verdaderos villanos? ¿Sabremos dónde terminó el dinero que nunca llegó? Son
preguntas que seguramente nadie puede (o quiere) responder.
Y en esta, su
nueva novela, podemos descubrir también una enorme y controvertida historia de
amor. El amor que no entiende de nacionalidades, ni de credos, ni ideologías.
El amor que simplemente surge, sin más, sin motivo, sin explicación, a veces,
pero con un poder demoledor que vence todas las dificultades y vericuetos que
el destino se afana por intercalar. El amor. Valentina y Franz, dos personas
que la lógica y el criterio común situarían en polos opuestos y que, sin
embargo, ese sentimiento etéreo e inmaterial, se obstina en unir.
Un gran tejido
narrativo: una historia desconocida y tremenda, un amor casi imposible, un
escenario inolvidable y una unión, sutil, con algunos de los personajes de
Volver a Canfranc que despiertan en el lector una sonrisa de satisfacción, de afirmación,
al conocerlos ya de la anterior lectura.
Mi enhorabuena,
Rosario. Mi admiración por tu forma de escribir, por tu compromiso inquebrantable
con una tierra que, sin ser tu tierra natal, parecería que lo fuese y por la
defensa de la búsqueda de la verdad en todo lo que escribes.
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