Cuando comencé su lectura, ahora casi tres años después de
aquello, me gustó que enseguida se nombrase a Belchite, mi pueblo. Creí que la
historia se pondría interesante. Es muy goloso el personaje de una espía que
colaboraba a la vez con el régimen de Franco y con el servicio secreto
norteamericano.
Sin embargo, la historia parece circular por otros
derroteros. No quiero decir cuáles para no destripar el argumento, pero sí puedo
decir que hasta la página 200 más o menos, la aparición de Letizia (la espía)
es testimonial.
Intuyo que el autor ha querido dotar de verosimilitud el
contexto en el que transcurre la novela con mucha documentación. Al menos así lo
parece la cantidad de datos, cargos, nombres y apellidos que aporta para marcar
el entorno y las circunstancias de cuanto va ocurriendo, algo que, para un
lector como soy yo no muy ducho en el período de la contienda, ralentiza mucho
la lectura y te saca de la historia continuamente ante la imposibilidad de
retenerlos.
Cuando Letizia interviene en la trama o se narra su subtrama
es, en mi opinión, cuando la novela gana mucho interés, ritmo y atracción para
el lector, aunque no sea ella la protagonista.
Es una lástima que la editorial, desconozco los motivos si
es que los ha habido, ha llevado a cabo una revisión y corrección muy pobre, y
el texto está plagado de faltas de ortografía, tildes donde no debiera haberlas,
frases cortadas con preposiciones que no deberían estar ahí etc. Una pena
porque empobrecen mucho la lectura y estoy seguro de que no es culpa del autor.
Además, en mi caso como lector, tenía como referencia
similar la novela de Enrique Bocanegra titulada “Un espía en la trinchera”
sobre el espía Kim Philby, que me encantó.
En resumen, una cierta decepción con esta novela que
apuntaba alto con la temática, con su contextualización y el momento en que
transcurrió.
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