Pues así lo decía el tango de Gardel. Y lo tenemos que unir con el refrán español que dice aquello de… “lo que mal comienza, mal acaba”.
No es que quiera
ir yo ahora de entendido en geopolítica internacional, Dios me valga. Pero
claro, escuchando y leyendo las noticias diarias de Afganistán, se le ponen a
uno las pieles de gallina. Y siempre que eso sucede, me pregunto qué hay detrás,
qué sucede para que una situación tan alejada de mi realidad me afecte de forma
tan virulenta.
Nunca he visitado
Afganistán, pero sí sus vecinos: Pakistán y sobre todo Irán. Y he convivido y entendido (al menos en la
corteza) lo que un régimen teocrático significa. Y lo que significa es que no
hay nada más que hablar. Quiero decir, que lo que gobierna o gobernará el país
(teóricamente) es la palabra de Dios (del suyo en este caso) y como tal, es
irrefutable y no se puede discutir. Por tanto si la ley de su Dios dice que
esto es blanco, esto es y será siempre blanco y no hay humano que lo pueda refutar.
La teocracia, por
tanto, es la primera pata del problema.
La segunda, por
supuesto es el imperialismo yanki. Ya sé que es muy de progre barato decir esto
de que es horrible que “América”, maldenominando a Estados Unidos, quiere ser
la policía del mundo y bla bla bla. Pero en realidad, el desastre de Afganistán
comenzó con la invasión de EEUU allá por 2001. ¿A cuenta de qué se hizo? En su
día se nos vendió como una operación para acabar con el mal llamado terrorismo
islamista o yihadista. Luego se vio que no sirvió para ello y ahora se nos dice
que en realidad nunca se quiso construir o reconstruir un país a través de la
democracia, después de veinte años de mirar para otro lado. En mi opinión, ni
tendrían que haber invadido Afganistán ni por supuesto se tendrían que haber
ido ahora como lo han hecho, pero lo hecho, hecho está.
La tercera pata
del problema, más importante en mi opinión y que poco se comenta, es el propio “pseudosistema”
de Afganistán, corrupto, anquilosado en los ancestros, sin ningún interés por los
valores como la solidaridad para con sus ciudadanos o la ambición de progreso,
apoyándose en ese direte de que eso es querer occidentalizarlos. O sea, la
visión de burro que solo ve al frente y no quiere abrir su mente. ¿Qué ha
pasado durante 20 años de presencia de tropas extranjeras (de muchos países) en
Afganistán? ¿Para qué han servido los miles de millones de euros invertidos?
Desde luego, habrá proyectos en provincias alejadas de Kabul que habrán llevado
la vida y el desarrollo, no lo dudo, pero también han servido para enriquecer a
un mal llamado gobierno, como digo corrupto, cobarde y sin principios. ¿Ha
pillado de sorpresa que el gobierno montado allí era así? Obvio que no. Todos
lo sabían. ¿Por qué no se hacía nada? Porque había negocios, ventas,
exportaciones, extracción de materias primas y, sobre todo, opio. ¡Qué más daba si unos cuantos
cutres se enriquecían a costa de unos cientos de miles de dólares? Lamentable.
Y para terminar,
la mal llamada y ansiada “democracia”. Ha quedado “archidemostrado” como les
suelo decir yo a mis hijos adolescentes y repetido por ellos con ironía, que la
democracia no sirve para cualquier país. Ahí están todas las revoluciones y
primaveras árabes. Todas fracasadas: Egipto (un desastre), Yemen (ni os
cuento), Túnez (fatal), Iran (con los tanques en las calles de Teherán), Siria…
en guerra desde entonces, una guerra en la que ya nadie entiende quién lucha
contra quién. No. No es ni siquiera políticamente incorrecto decir que hay países
que necesitan otra cosa. No la democracia. No saben vivir en democracia porque la
democracia está formada por derechos y obligaciones. Y eso no cuadra en
absoluto. Y lo queramos o no entender, hay sociedades que tardarán decenios por
no decir centenios en evolucionar hasta una sociedad más plural, igualitaria, inclusiva
y solidaria. Ahora viene cuando me ponéis a caldo, pero lo siento. He sido
testigo en primera persona de esos intentos de primaveras árabes y el fracaso
estrepitoso por intentar construir una cosa hiperartificial y desde luego, alejada
de lo que entendemos en Europa por democracia han sido un total fracaso. Es
más, diría que un retroceso.
Pues ahí está
Afganistán, retrocediendo al medievo, país que fue cuna de civilizaciones es
ahora agujero de la misma. Lamentable y, me temo, que inevitable durante los
próximos años y decenios.
Y sí, a todos nos
parece terrible la situación… o no. A todos no. El gobierno chino ya dijo el
primer día de llegada de los talibanes que mantendría sus posiciones de
inversión y relación. Por supuesto, otros muchos países, Rusia, Irán, Pakistán…
lo harán. Bastará un mínimo reconocimiento internacional del nuevo régimen para
que no dentro de tanto tiempo, la Unión Europea esté sentada en una mesa de
negociación con ellos y, aun digo más, el propio gobierno Estadounidense.
Y es que, como
decía aquel catalán, la pela es la pela. El puto dinero, vamos. Cuando hay
negocio, y en Afganistán hay muuuucho negocio por hacer, ¿a quién le importa
Dios, la mujer, el bienestar o la libertad? Y un pimiento. Lo primero, por
encima de todo, desde fuera, claro, es la pasta.
Termino esta reflexión
con otro lamento, el de la ola de refugiados que se va a generar y que nadie va
a querer recibir. ¿Por qué? Por lo mismo. Porque no es negocio. Es así de crudo
y lamentable. Es el mundo en que vivimos y lamentablemente, nadie lo va a
cambiar.
Soy así de
pesimista con las cuestiones macro… ¡qué le voy a hacer!