En primer lugar,
me gustaría destacar que, con ella, su autor (de quien he leído otras 3 novelas
anteriores, El rompeolas, Tres minutos de color y La Mirada de Chapman) ha
alcanzado una madurez serena y nos ha ofrecido una narrativa sosegada, con la
solidez de la base de un autor de raza, que demuestra oficio de documentación y
pasión por el cine. La lectura me ha transportado a la posguerra de ese modo
tranquilo que solo las grandes novelas proporcionan sin histrionismos, de forma
calma y pausada, pero con gran intensidad creativa.
Como decía,
muchas emociones han acompañado la lectura. La primera, la más obvia, es la
desesperanza por una posguerra que hemos tenido la fortuna de no vivir, incluso
casi de no habernos sido contada, pues (al menos en mi caso) mi padre era un
niño en la década de los cuarenta y la mirada de la infancia siempre suaviza
las atrocidades. Pero el relato que ha parido Pere es descarnado y seguramente
muy cercano a la realidad. Una realidad en la que había personajes como
Valiente, deshumanizados y tiranizantes de la gente de a pie de buen corazón
que lo único que anhelaban era continuar con su vida. Pere nos retrata la
dureza de los años cuarenta, perseguidos por el hambre y la necesidad, así como
por el miedo perpetuo a que cualquier mal adviento o instante girase el destino
de las vidas de sus pobladores. Una documentación y recreación espléndidas que
nos hacen vivir (malvivir) la primera década del franquismo.
La segunda gran
sensación es, por supuesto, la soledad. La que vive la protagonista, apartada
de su marido en clandestinidad, la de Nil, sin referentes familiares claros y
la de todos los personajes que intentaban por encima de todo sobrevivir.
La vida en
clandestinidad es sin duda la parte más emotiva de la novela, la que dispara
más a la yugular de la emoción para un republicano del siglo XXI como yo, y me
ha pellizcado especialmente el episodio en el que aparece Oradur sur Glane, ya
que es el pueblo francés hermanado con mi propio pueblo, Belchite, una
localidad zaragozana arrasada por la Guerra Civil y con un pasado y una
historia que partió en dos la convivencia. Muy emotivo.
El hilo conductor
de la novela, la pasión por el cine de su protagonista Nil y de todos los que
de un modo u otro le ayudan a sobrellevar su vida, me parece simplemente
preciosa. Se nota que la cinematografía clásica es otra de las pasiones del
autor. Y he sentido envidia sana. Envidia por no haber podido disfrutar del
sabor y de la autenticidad de esas sesiones de cine clásico, del cine que se
paraba para cambiar una bobina y que se veía en blanco y negro, con gran emoción
y con sueños de seguir un camino de prosperidad fuera de aquella España gris y
deprimente.
Y ahora, una vez
que he terminado esta fantástica historia, con la que he llorado y me he
indignado, he escupido frente a la injusticia y me he enternecido en los
diferentes avatares de la vida de sus personajes, me quedo huérfano. Huérfano
de historia, como dice Pere hacia el final de su novela, “siento el vacío
que comporta todo aquello que concluye, …la nostalgia de un final de verano …o
la triste certeza de esa tierra que no volverás a pisar”.
Pero siento la
certeza de que habrá un futuro, que se materializará en otra vida, en otro
momento de la historia, quizá, o en otro lugar, al que Pere, sin duda, nos
conducirá en masa cuando publique de nuevo.
¡Enhorabuena! Y ¡Gracias
por regalarnos esta maravilla!
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