Llegué a este libro entre la confusión de haber leído
reseñas que lo calificaban como el libro del año y otras que lo denostaban sin
contemplaciones. Y siempre que ocurre algo así con una creación, sea musical,
literaria o de cualquier otra índole, me pica mucho la curiosidad descubrir en
qué punto del rango comprendido entre ambos extremos me situaré yo.
En este caso concreto, para la lectura de Ordesa, última novela de Manuel Vilas,
parto con algunas razones para escorarme hacia el lado positivo: Manuel es un
escritor aragonés y su protagonista vive, y parte de las reflexiones y andanzas
del mismo transcurren en Zaragoza, de donde yo también soy oriundo.
Así que tener la posibilidad de leer una novela de éxito
nacional que transcurre en Zaragoza no es demasiado habitual y, quizá sólo por
ello, ya me ganó de inicio (llamadme nacionalista aragonés si queréis…)
Entrando ya en la novela, la forma en que está escrita y los
parajes por los que nos adentra Manuel, debo decir que me ha refrescado e
interesado a partes iguales. O sea, aunque no puedo decir que haya una trama,
en el sentido clásico de la palabra, las reflexiones que el personaje principal
compone y argumenta, consigo mismo muchas veces, avanzan en la dirección de una
línea más o menos temporal y conduce al lector acompañado de los sentimientos,
los anhelos y las penurias del mismo.
Tan es así que incluso las repeticiones
de ideas, escritas en sentido inverso tras haberlas escrito en el directo, no
resultan molestas, aún más, refuerzan el interés que el autor pretende
transmitir. Para un lector como yo que anda en una franja de edad similar a la
del protagonista, es muy divertido reconocerse en muchos de sus comentarios,
sus anécdotas temporales, las formas de expresar y la realidad de la vida
infantil y juvenil que relata.
O sea, lo que él vivió y pasó en sus primeros años en
Barbastro y luego en Zaragoza no dista demasiado de lo que yo pude vivir y
pasar en los míos en Belchite y luego en Zaragoza. El paisaje, el escenario de
sus vivencias es parecido y eso siempre hace anclar una historia muy dentro al
lector, y por ello me parece un acierto.
Manuel gira y retuerce sus reflexiones en torno a su
familia, sobre todo sus padres. Parece obvio que su relación con ellos marcó de
forma importante su pensamiento y su forma de pensar ya que los guiños a su
relación familiar con ellos son continuos, a veces parecen incluso obsesivos. Y
en especial los recuerdos que comparte, una vez que ambos han fallecido y lo
que su ausencia le hace sentir y recordar.
Y al avanzar en la novela, la sensación que parece quedarme
es que su protagonista es un tipo un poco abandonado de la realidad. Lo
calificaría como alguien a quien la suerte no le ha abrigado demasiado y que,
justamente por ello, su talante y tono vital son más bien pesimistas, cuando no
tristes.
Sorprende también el título, ya que Ordesa aparece muy al final de la novela y aunque en sí mismo es un
paisaje y lugar suficientemente singular como para titular un libro, parecería
que hubiera tenido que tener más protagonismo.
He terminado la lectura y me he quedado con ganas de más, de
más literatura de Manuel Vilas, de más circunloquios y reflexiones en torno a
las ideas, los recuerdos, la filosofía del ser humano o la cotidianidad de la
vida en el mundo que nos toca vivir. Sí, todo eso creo que define lo que me ha
parecido esta novela: una mezcla de realismo pragmático, filosofía sin
ambiciones académicas y sentimientos de vaivén con los seres más cercanos que
ya nos faltan. Todo ello presentado entre el pirineo y Zaragoza y con viajes de
ida y vuelta a los años setenta.
Mi enhorabuena para Manuel Vilas. Ahora me dedicaré a
descubrir su poesía.
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